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Lezama Lima
y el otro romanticismo
Gustavo Ogarrio
Un mundo tan rico no puede ser esclavo
de un rincón tan miserable
Fray Servando Teresa de Mier
En sus magníficos y a veces crípticos ensayos agrupados bajo el título de La expresión americana, el escritor cubano José Lezama Lima orienta su interpretación sobre el hecho americano hacia las aguas termales de la imagen –el reino de la imago– y plantea una posible reconstrucción de nuestra cultura a través de un actuante logos poético y de los tipos de imaginación que han expresado las pulsiones creativas de los americanos. Para Lezama, según Irlemar Chiampi, de la secuencia histórica y poética de nuestra cultura en el siglo XIX “surge el Rebelde Romántico, encarnado ora por el pícaro fugitivo fray Servando Teresa de Mier, ora por el sulfúreo Simón Rodríguez, ora por el metamórfico Francisco de Miranda –los tres trotamundos conspiradores de la Independencia , cuyos azarosos destinos culminan en la imagen de José Martí”.
El autor de Paradiso, esa monumental novela insular, enfoca su modelo de interpretación poética hacia la segunda mitad del siglo XX, desde el ejercicio de su pasión barroca, para captar los matices y direcciones del romanticismo americano. En su ensayo “El romanticismo y el hecho americano”, Lezama nos recuerda que en el fondo cultural de las Repúblicas americanas y de sus narraciones moralizantes y melodramáticas, subyace una República fugitiva que significa un permanente desafío para las lecturas oficialistas y dominantes. Lezama hace del ensayo un género de interpretación metafórica de la historia americana y, bajo las leyes imaginarias de su fábula historicista, ensaya respuestas y periodizaciones no realistas y al mismo tiempo opuestas al idealismo racionalista de Hegel.
El carácter contradictorio del romanticismo no fue solamente propiedad del siglo XIX latinoamericano, el romanticismo europeo también se enfrentó con furia a su propia heterogeneidad. Stendhal afirmaba que “lo romántico es lo moderno y lo interesante”, Goethe pensaba que “el romanticismo es una enfermedad, es lo débil, lo enfermizo, un grito de combate de un escuela de poetas frenéticos y de reaccionarios católicos”, mientras Nietzsche afirmaba que “no es una enfermedad sino una terapia, una cura para la enfermedad”. Al pasar por la figura de Rousseau, el romanticismo europeo encuentra su vinculación irreversible con el liberalismo político naciente, mientras que con Schlegel surge como el “deseo terrible e insatisfecho de dirigirse a lo infinito”. A final de cuentas, el romanticismo admite una diversidad de formas de interpretación y representación, que tiene su límite y un criterio para su localización cuando es visto a la luz de la organización discursiva del poder, la mayoría de las veces bajo la sombra de los poetas frenéticos y los reaccionarios católicos a los que se refería Goethe.
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