• Asignatura: Historia
  • Autor: sykprentt7242
  • hace 8 años

¿cómo influyó en méxico los efectos políticos de la guerra fría?,

Respuestas

Respuesta dada por: lessbm9kd
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1El Colegio de México, México
Ha iniciado la transición desde una historiografía de la revolución mexicana hasta una historiografía política de la posrevolución. Ésta ofrece perspectivas, conceptos y narrativas para esclarecer el periodo que va de la segunda guerra mundial al agotamiento del autoritarismo clásico, que se puede establecer en algún momento entre la segunda mitad de la década de 1970 y finales de la siguiente. Pero la historiografía de la posrevolución en ciernes no podrá hacer tabla rasa de la Revolución misma: ésta sorteó las grandes calamidades y conmociones del siglo XX, es decir, las salidas fascistas e integristas católicas, el golpe de Estado y la dictadura pretoriana y, quien lo dijera, otra revolución popular. Sin duda, el costo fue alto para la democracia y la justicia social, porque diferentes gobiernos nacionales ejercieron violencia contra sus propios ciudadanos (con más saña si éstos eran campesinos y trabajadores). Sin duda, se extraña todavía en la historiografía un vocabulario preciso y ajustado para denominar la violencia organizada y sistemática ejercida por el gobierno nacional y local (por ejemplo, en la Costa Grande de Guerrero en la primera mitad de la década de 1970) contra ciertos grupos sociales en el periodo 1940-1970.

Lode las premisas y hallazgos generales de la historiografía política de la segunda posguerra, dado que, en menor o mayor medida, son compartidas por los textos hoy publicados:

1. La idea e imagen de un "sistema" político, con pocos y previsibles movimientos y quiebres en el tiempo, se ha debilitado en sus alcances explicativos. La preocupación por encontrar claves del sistema político ha sido legítima, dadas las características del régimen en la segunda posguerra mundial: su estabilidad, la hegemonía de un partido casi único, los niveles de crecimiento económico, la identidad de su política exterior. Pero sobrevalorar las virtudes sistémicas del modelo implicó el riesgo de omitir lo que sólo una narrativa histórica, con sus consecuencias gnoseológicas, podía ofrecer: reconocimiento de los protagonismos individuales o colectivos, la política de las incertidumbres y las coyunturas no previstas, la psicología de masas y de los efectos no deseados. Los cuatro trabajos aquí presentados asumen la incertidumbre como asunto de la historia: las trayectorias inciertas de los comunistas mexicanos; los efectos del golpe de Estado en Guatemala en la política del presidente Adolfo Ruiz Cortines; la peculiar coyuntura internacional y nacional que dio pie a la visita de Mikoyán, ministro de relaciones exteriores de la Unión Soviética, en plena Guerra Fría; y la manera bizarra en que se despliega una campaña de contrainformación del gobierno mexicano luego del 2 de octubre de 1968.

2. Dos polaridades definen los límites de la historia del orden político mexicano a partir de la década de 1940. De un lado tenemos el fenómeno de la estabilización autoritaria de la política y del conflicto, que incluye el fortalecimiento del partido oficial (la mutación del Partido de la Revolución Mexicana en Partido Revolucionario Institucional, un tema crucial en la historia política mexicana), la promulgación de nuevas leyes electorales y la instauración de ciertas normas no escritas que dieron al presidente de la República el papel de árbitro y otorgador de favores, aunque con fortísimas limitaciones en su actuar.

Pero existe otra dimensión, igualmente efectiva y pertinente: la prevalencia de ciertas formas de violencia, que en el periodo dejó de ser el método de las élites para dirimir sus diferencias, pero continuó vigente en la política abajo-arriba, es decir, en la lucha inter e intraclasista. En otras palabras, existe un consenso historiográfico según el cual el proceso de estabilización política redujo la apelación al recurso de la violencia en las disputas de las élites mexicanas. Y la respuesta que se perfila no puede ser muy original: el ejército no dejó de ser el administrador de la violencia por excelencia, la primera y última trinchera en la aplicación de la coerción estatal. El ejército sería la gran policía nacional y el administrador directo de la protesta, el descontento y la desobediencia. Éstos serían sobre todo habitantes del mundo rural (un universo fragmentado y disperso en el territorio) pero en su momento también obreros (como en las grandes asonadas del gobierno contra los sindicatos nacionales de industria) y estudiantes serían contenidos o reprimidos por las fuerzas armadas. Pero como muestra el artículo de Pablo Tasso, una vez ejercida la represión contra disidentes, como el 2 de octubre de 1968, se requiere de racionalizaciones y narraciones que den sentido y justifiquen esa violencia. Aquí la violencia en última instancia exige del panfleto y del libelo, de un marketing del orden autoritario.
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