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Richard Rorty dice que los progresos morales no se producen cuando descubrimos nuevas verdades acerca de lo que es bueno, sino que esos progresos se dan cuando cambiamos de tema. El movimiento abolicionista en los EEUU, dice Rorty, avanzó mucho más gracias a La cabaña del Tío Tom que a cualquier panfleto que denunciara los males de la esclavitud. La historia enseña que despertar la empatía funciona mejor que persuadir con argumentos. La tarea de quien quiere lograr una mejora en la sociedad es señalar en la dirección del problema que quiere ver atendido, en vez de intentar responder las preguntas viejas.
En el caso del aborto, diría Rorty, se trata de cambiar la pregunta. Dejemos de preguntarnos “¿es el feto una persona?” y empecemos a preguntarnos “¿cómo aliviamos el sufrimiento de las mujeres que atraviesan abortos en condiciones de altísima precariedad?”.
Creo que Rorty tiene razón. Que debemos muchos progresos a quienes fueron capaces de cambiar la pregunta. Que la sociedad se volvió más democrática y más pacífica cuando los miembros de las distintas religiones dejaron de preguntarse “¿qué dios es el verdadero?” y pasaron a preguntarse “¿cómo hacemos para seguir viviendo juntos?”.
Creo que, si tenemos la suerte de ganar el debate del aborto, lo ganaremos señalando en la dirección del sufrimiento innecesario causado por su prohibición. Lo ganaremos tratándolo como un problema de salud pública.
Sin embargo, la estrategia rortyana de cambiar de tema tiene una debilidad obvia: aquellos que quieran seguir discutiendo en los viejos términos podrán acusarnos de estar haciendo trampa. “Sí, todo bien con la salud pública, pero el aborto sigue siendo un asesinato”.
Por eso me parece importante tener en nuestro repertorio argumentos para decir que no, que el aborto no es un asesinato, porque no podemos asesinar a una entidad que no es fuente de obligaciones morales (o, para decirlo con más matices y más palabras, que es una fuente de obligaciones morales demasiado débiles como para tener primacía por sobre la obligación de respetar el derecho individual de decidir sobre el propio cuerpo).
Me parece importante mostrarle al interlocutor antiabortista que no sólo estamos intentando lograr que la sociedad le preste atención a un problema que él (porque, lo sabemos, en la mayoría de los casos es un “él”) considera menor. Nos estamos tomando su posición en serio, y mostrando que no alcanza. Le estamos diciendo que bajo las reglas del debate público abierto y secular, sus argumentos ya no sirven para justificar lo que quiere justificar.
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