• Asignatura: Castellano
  • Autor: CoexistMs
  • hace 8 años

Resumen "El Gato" de Héctor Murena

Respuestas

Respuesta dada por: argelian
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Respuesta:La mañana de mayo velada por la neblina en que había ocurrido aquello le

resultaba tan irreal como el día de su nacimiento, ese hecho acaso más cierto que

ninguno, pero que sólo atinamos a recordar como una increíble idea. Cuando

descubrió, de improviso, el dominio secreto e impresionante que el otro ejercía

sobre ella, se decidió a hacerlo. Se dijo que quizás iba a obrar en nombre de ella,

para librarla de una seducción inútil y envilecedora. Sin embargo, pensaba en sí

mismo, seguía un camino iniciado mucho antes. Y aquella mañana, al salir de esa

casa, después que todo hubo ocurrido, vio que el viento había expulsado la

neblina, y, al levantar la vista ante la claridad enceguecedora, observó en el cielo

una nube negra que parecía una enorme araña huyendo por un campo de nieve.

Pero lo que nunca olvidaría era que a partir de ese momento el gato del otro, ese

gato del que su dueño se había jactado de que jamás lo abandonaría, empezó a

seguirlo, con cierta indiferencia, con paciencia casi ante sus intentos iniciales por

ahuyentarlo, hasta que se convirtió en su sombra.

Encontró esa pensionucha, no demasiado sucia ni incómoda, pues aún se

preocupaba por ello. El gato era grande y musculoso, de pelaje gris, en partes de

un blanco sucio. Causaba la sensación de un dios viejo y degradado, pero que no

ha perdido toda la fuerza para hacer daño a los hombres; no les gustó, lo miraron

con repugnancia y temor, y, con la autorización de su accidental amo, lo echaron.

Al día siguiente, cuando regresó a su habitación, encontró al gato instalado allí;

sentado en el sillón, levantó apenas la cabeza, lo miró y siguió dormitando.

Respuesta dada por: palaxii18
1

Respuesta:

¿Cuánto tiempo llevaba encerrado?

La mañana de mayo velada por la neblina en que había ocurrido aquello le resultaba tan irreal como el día de su nacimiento, ese hecho acaso más cierto que ninguno, pero que sólo atinamos a recordar como una increíble idea. Cuando descubrió, de improviso, el dominio secreto e impresionante que el otro ejercía sobre ella, se decidió a hacerlo. Se dijo que quizá iba a obrar en nombre de ella, para librarla de una seducción inútil y envilecedora. Sin embargo, pensaba en sí mismo, seguía un camino iniciado mucho antes. Y aquella mañana, al salir de esa casa, después que todo hubo ocurrido, vio que el viento había expulsado la neblina, y, al levantar la vista ante la claridad enceguecedora, observó en el cielo una nube negra que parecía una enorme araña huyendo por un campo de nieve.

Encontró esa pensionsucha, no demasiado sucia ni incómoda, pues aún se preocupaba por ello. El gato era grande y musculoso, de pelaje gris, en partes de un blanco sucio. Causaba la sensación de un dios viejo y degradado, pero que no ha perdido toda la fuerza para hacer daño a los hombres; no les gustó, lo miraron con repugnancia y temor, y, con la autorización de su accidental amo, lo echaron. Al día siguiente, cuando regresó a su habitación, encontró al gato instalado allí; sentado en el sillón, levantó apenas la cabeza, lo miró y siguió dormitando.

¿Se concibe que un gato influya sobre la vida de un hombre, que consiga modificarla?

Al principio él salía mucho; los largos hábitos de una vida regalada hacían que aquella habitación, con su lamparita de luz amarillenta y débil, que dejaba en la sombra muchos rincones, con sus muebles sorprendentemente feos y desvencijados si se los miraba bien, con las paredes cubiertas por un papel listeado de colores chillones, le resultaba poco tolerable. Salía y volvía más inquieto; andaba por las calles, andaba, esperando que el mundo le devolviera una paz ya prohibida.

En su plan figuraba privarse primero de las salidas matutinas y luego también de las de la tarde; y, pese a que al principio le costó ciertos accesos de sorda nerviosidad habituarse a los encierros, logró cumplirlo. Leía un librito de tapas negras que había llevado en el bolsillo; pero también se paseaba durante horas por la pieza, esperando la noche, la salida. El gato apenas si lo miraba; al parecer tenía suficiente con dormir, comer y lamerse con su rápida lengua. Una noche muy fría, sin embargo, le dio pereza vestirse y no salió; se durmió enseguida. Y a partir de ese momento todo le resultó sumamente fácil, como si hubiese llegado a una cumbre desde la que no tenía más que descender. Las persianas de su cuarto sólo se abrieron para recibir la comida; su boca, casi únicamente para comer. La barba le creció, y al cabo puso también fin a las caminatas por la habitación.

Tirado por lo común en la cama, mucho más gordo, entró en un período de singular beatitud. Tenía la vista casi siempre fija en las polvorientas rosetas de yeso que ornaban el cielo raso, pero no las distinguía, porque su necesidad de ver quedaba satisfecha con los cotidianos diez minutos de observación de las tapas del libro. Como si se hubieran despertado en él nuevas facultades, los reflejos de la luz amarillenta de la bombita sobre esas tapas negras le hacían ver sombras tan complejas, matices tan sutiles, que ese solo objeto real bastaba para saturarlo, para sumirlo en una especie de hipnotismo. También su olfato debía haber crecido, pues los más leves olores se levantaban como grandes fantasmas y lo envolvían, lo hacían imaginar vastos bosques violáceos, el sonido de las olas contra las rocas.

El gato, entretanto, seguía tranquilo en su sillón.

Un día oyó frente a su puerta voces de mujeres. Aunque se esforzó, no pudo entender que decían, pero los tonos le bastaron. Fue como si tuviera una enorme barriga fofa y le clavaran en ella un palo, y sintiera el estímulo, pero tan remoto, pese a ser sumamente intenso, que comprendiese que iba a tardar muchas horas antes de poder reaccionar. Porque una de las voces correspondía a la dueña de la pensión, pero la otra era la de ella, que finalmente debía haberlo descubierto.

Se sentó en la cama. Deseaba hacer algo, y no podía.

Observó al gato: también él se había incorporado y miraba hacia la persiana, pero estaba muy sereno. Eso aumentó su sensación de impotencia.

Le latía el cuerpo entero, y las voces no paraban. Quería hacer algo. De pronto sintió en la cabeza una tensión tal que parecía que cuando cesara él iba a deshacerse, a disolverse.

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