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Nunca he amado en el pasado. Te sorprendería este dicho de mi boca; pero pronto entenderás. Mi caminar me lleva hasta aquí. A contarte la verdad.
Siempre fui enamoradizo desde chico. Mi corazón palpitaba al ver a la niñita que me gustaba; y si me rompía el corazón, este, aún roto volaba a otro nido. Pronto confundí el amor con lujuria. Si nos llevamos de esa premisa, tuve muchos “primeros amores.” Pero todo tiene un resultado: Momento incorrecto, persona incorrecta. Ese patrón aún me afecta. El pecado está impregnado en nosotros, como una sanguijuela. Chupa, nos seda, envenena. No nos deja morir. Nos permite ver las consecuencias de nuestros actos. Pero ya me estoy desviando.
La mujer que considero mi verdadero primer amor, es una chica que conocí en el curso de mi hermano. Se llama Katherine. Ella era menuda, morena. Conociéndome, me acerqué por su cuerpo. Tratando de seducirla. Pero algo pasó: Esa seducción se convirtió en una amistad tan sincera, que poco a poco, nos convertíamos en espíritus convergentes. Hablábamos de todo, incluso de nuestras vidas amorosas. Pasión, sexo, llamadas, mensajes, poemas, nuestros padres, el futuro, el pasado… esos eran nuestros tópicos. Nunca nos dimos cuenta que nos queríamos a morir. La química estaba allí. Partía a Estados Unidos, y le dije que la “amaba”. Ella lo mismo hizo. Prometimos querernos en la distancia…No funcionó. Engañadores y engañados fuimos los dos. Los veranos eran de tensión. Dimes y diretes eran parte de nuestra relación. Nos odiamos. Nos volvíamos a hablar. Pero siempre preguntábamos el uno por el otro. Lo nuestro fue una mezcla perfecta de cuidado sincero y pasión desenfrenada. Eso creo. Como si todo encajara. Pero conocí al Señor. Y aprendí de Su AMOR. El verdadero amor.
Y ahora no se si lo que sentí por ella fue realmente amor. Ella sigue ahí. Sola. Y créeme que el sentimiento está ahí todavía. Pero quiero cumplir 2 Cor. 6. Por eso, le pido a Cristo que derrumbe el ídolo de mi corazón y permita poder crecer y aprender a amar con paciencia, dominio propio, regocijándome en lo bueno, perdonándolo todo, esperándolo todo, creyéndolo todo, soportándolo todo. Y quizas, si es la gracia de Dios…ser bendecido con una esposa piadosa. Nunca he amado en el pasado. Y a veces creo que no lo haré. Pero recuerdo que sirvo al Amor. Y me regocijo en El.