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Respuesta:La población de la región, especialmente la de menores ingresos que se encuentra ubicada en las zonas de más alta vulnerabilidad ante los desastres, sufrió reducciones importantes en sus escasos acervos e ingresos, lo que trajo consigo retrocesos importantes en su desarrollo y condiciones de vida. Debido a las inundaciones y avalanchas de lodo que ocurrieron en Ecuador, Perú y Bolivia, se dañaron o destruyeron 135,000 viviendas con sus enseres y mobiliario; muchas de ellas habrán de reubicarse en zonas no sujetas a inundaciones. Alrededor de 5,200 establecimientos educacionales fueron dañados o destruidos, junto con su equipo y material educativo. En el sector salud, 12 hospitales y 570 centros de salud fueron destruidos o dañados en su infraestructura y equipo. En los cinco países se produjo sobremorbilidad – tanto debido a las inundaciones como a la sequía – de enfermedades transmitidas por vectores, las broncopulmonares y las dermatológicas, cuyo control exigió la ejecución de campañas agresivas de salud.
Por la sequía fue necesario interrumpir o reducir temporalmente – por períodos relativamente largos – el suministro de agua potable en numerosas ciudades y comunidades. En las áreas inundadas se dañaron o destruyeron los sistemas de agua potable y alcantarillado sanitario, y también se interrumpió o racionó el servicio. En ambos casos fue preciso suministrar agua mediante camiones cisternas por tiempo prolongado. Las empresas del sector vieron perjudicadas sus finanzas debido a la reducción de los ingresos y al aumento de sus gastos para brindar un mínimo de servicio.
La generación de electricidad se vio afectada en las zonas de sequía, haciendo necesario recurrir a la operación de plantas termoeléctricas. En Perú y Ecuador, las inundaciones dañaron dos centrales hidroeléctricas cuya producción también hubo de reemplazarse con base en plantas térmicas. Si bien se evitó con ello el racionamiento, hubo de incurrirse en mayores costos de generación.
Las inundaciones y avalanchas de lodo destruyeron o dañaron cerca de 17,500 kilómetros de carreteras principales, caminos secundarios y vecinales, sus puentes y otras estructuras conexas, lo que produjo interrupciones temporales del flujo de carga y pasajeros con los consiguientes incrementos en los costos de transporte. La reducción de caudales originada por la sequía ocasionó mayores costos en el transporte fluvial de los ríos Orinoco y Magdalena, así como de operación en algunos puertos en Colombia y Venezuela.
Los sectores productivos vieron afectados, tanto su infraestructura como sus existencias y la producción, dependiendo de si fueron dañados por inundaciones, sequía o por los cambios en el océano. Las inundaciones averiaron o destruyeron la infraestructura agropecuaria, aminoraron el hato ganadero, se redujo la producción en forma significativa tanto en las áreas inundadas como en las de sequía. La pesca y su procesamiento se vió perjudicado por los cambios en la temperatura y salinidad en el mar. La industria y el comercio – además de lesiones en su infraestructura y equipo – sufrieron pérdidas de existencias y redujeron su producción y ventas por el menor volúmen que procesaron y comercializaron debido a las inundaciones y las sequías. La minería también acusó deterioro por inundaciones en sus instalaciones y mermas en producción. El turismo vio estragos en su infraestructura y sus ingresos se redujeron debido a la imposibilidad de contar con los servicios de agua y energía durante períodos que coincidieron con la temporada de más alta ocupación.
El fenómeno tuvo impactos negativos sobre el medio ambiente, agravados por la acción previa del hombre: la deforestación y la erosión aumentaron los caudales y el arrastre de sedimentos en las zonas inundadas. Las más altas temperaturas y fuertes vientos facilitaron la expansión de quemas e incendios forestales en las zonas de sequía, con lo que se destruyeron amplias extensiones de bosques. Los manglares sufrieron daño por la disminución en los niveles de agua en los esteros y por los cambios en la salinidad del agua y las formaciones coralinas fueron objeto de lixiviación pero no llegaron a morir.
Gracias al pronóstico temprano acerca de la llegada del fenómeno, los Gobiernos pudieron emprender algunas medidas de prevención y mitigación de daños y fortalecer las entidades de preparación y atención ante las emergencias, con lo que se logró reducir en alguna medida el impacto.
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