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La organización política de los mayas concentró el mandato en un solo gobernante, cuyo poder procedía directamente de los dioses a través de los mensajes que enviaba el cosmos. De esta manera, la facultad casi divina de los monarcas estaba entre el mundo material o el espiritual, y necesitando mantener ese vínculo místico, se valían de rituales como sacrificios, danzas e incluso trances con sustancias alucinógenas.
Bajo un complejo panorama, la organización política de los mayas nunca se configuró como un imperio, sino como una serie de ciudades-estados cuyas relaciones variaban por lapsos de tiempo, entre alianzas y enfrentamientos.
Como suprema autoridad de cada ciudad-estado estaba el Halach Uinic, quien gobernaba con el asesoramiento del Gran Consejo, compuesto por los jefes de aldeas y sacerdotes. El máximo dirigente vivía en un palacio, encargándose de dictar las leyes, organizar el comercio y ser el intermediario entre los dioses y el resto de la población. Adicionalmente contaba con funcionarios designados por él mismo, como:
Ah Holpop, siendo delegados religiosos, realizaban los preparativos para las ceremonias y fiestas sagradas.
Nacom, era el principal jefe militar de una ciudad-estado que dirigía las operaciones bélicas y los batallones o holcane
Ahuacán, como máximo sacerdote le correspondía vigilar el calendario maya, códices, conocimientos, predicciones y dirigir sacrificios.
Tupiles, se encargaban de custodiar el orden público y el debido cumplimiento de la ley.
Dentro de esta jerarquía de poder también estaban los gobernadores de ciudades pequeñas o Bataboob, y los jefes de los poblados aledaños a las ciudades o Ah Cuch Caboob.