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Respuesta:
Había una vez un quirquincho que se llamaba Valentín y un chapur (zorro) que se llamaba Juan. Ellos eran muy buenos amigos.
Un día el quirquincho Valentín encontró́ a don Juan escarbando en un basural y le dijo:
–¿Cómo está compadre, tiene hambre?
–Sí, compadre –contestó el chapur don Juan–. Me muero de hambre. Conozco un lugar no muy lejano donde hay mucha comida –agregó.
–¡No me diga!
–Si quiere vamos en la noche y nos damos una panzada –propuso el chapur.
Esa noche los dos compinches se juntaron como lo habían planeado. El chapur hizo un hoyo en la pared, lo justo para pasar su cuerpo. El quirquincho hizo uno más chico, para poder entrar. Era una especie de gran despensa con muchos alimentos. Allí comieron y bebieron hasta emborracharse, sobre todo el chapur, don Juan.
El zorro, muy envalentonado por la bebida, le dijo al quirquincho que cantaran, y el quirquincho Valentín contestó que no, porque los dueños del lugar “nos pueden escuchar”. Pero don Juan, el zorro, era terco e insistió́ para que cantaran. El quirquincho le dijo que bueno, pero que él cantaría primero. Y entonces Valentín cantó tan despacio que nadie lo escuchó́.
La canción fue una tonada que decía así: “Aquí́ está Valentín, criollo del pajonal, que cantando le dice a Juan que el diablo se lo va a llevar”.
Después cantó don Juan lo mismo, pero en voz más alta. Los dueños del lugar despertaron y lo escucharon cantar. Corrieron enseguida hacia la bodega y abrieron la puerta. El quirquincho, como era chico, logró escapar fácilmente, en cambio el chapur no alcanzó a arrancar porque tanto bizcocho, miel, y bebida le habían hecho crecer la panza. Al querer salir por su hoyo quedó atascado y los dueños lo curtieron a palos, diciendo a la policía que ya habían encontrado al ladrón de sus ovejas. Mientras tanto, el quirquincho bendijo al cielo por no haber comido bastante. Se fue sin hacer ruido, y se salvó.