Respuestas
Respuesta:
Cuando era niño lo tenía. No se me extravió porque mis padres, en ese entonces, se preocuparon de que lo conservara.
Solían decirme que de la crianza dependía que no se me zafara un tornillo.
El tornillo, en mi infancia, estuvo en el lu¬gar correcto. Lo pasaba bien en el colegio, era buen alumno y jugaba a la pelota en el recreo. El tornillo estaba bien firme. Pensé que sería para siempre, pero aflojó
Respuesta:
Explicación:
l ñango desparramado por el suelo había atafagado a todos los presentes en la cena de despedida. Era un olor insoportable.
Aunque lo cierto es que la mayoría de asistentes eran pelafustanes con aspecto astroso incapaces de enarmonar ningún tipo de queja al ínclito anfitrión organizador de la cena, que con cariño a sus invitados había preparado y servido un ciquitroque aderezado con paprika que lo hacía gustosísimo , añadiendo alcauciles de Aragón, el dueño de la casa empezaba a sentir el pródromo que anunciaba una próxima enfermedad.
En el ambiente flotaba una especie de ectoplasma que aunque la vitróla seguía desgranando canciones para amenizar, producía una extraña sensación en los presentes, y no hacía la situación precisamente desopilante.
Para aliviar la tensa situación ordenó al ñengo criado que utilizase rápidamente la aljofifa para limpiar rápidamente el suelo, no solo para evitar los malos olores sino, también para evitar la sanción que sin duda le aplicaría el veedor cuando inspeccionase el recinto.
Este último personaje tenía fama de garrulo aficionado a gulusmear por la cocina y seguro que rápidamente se daría cuenta del tema.
El criado cubierto con una especie de greba para protegerse de la suciedad, dejó de candonguear y comenzó a la limpieza.
La anfractuosidad del suelo, a pesar de la profesionalidad del limpiador gracias a la didascalia de su empleador, dificultaba la netedad. El ñengo servidor coñaceaba con ímpetu el pavimento pero la suciedad se abroquelaba en defensa de su natural misión, enmendar entre los pliegues del pavimento
El gatuperio estaba servido, no había solución alguna, Ni la xenoglosia del chozno sería capaz de evitar la ira y la multa del veedor. Los comensales empezaron a desfilar con lentitud abandonado el recinto del ágape, mientras el ínclito y el ñengo lloraban su desgracia vertiendo gruesas lágrimas que ensuciaban todavía más, si fuese posible, el anfractuoso suelo.
La única solución para atenuar la tensa situación fue llamar a la perendeca de turno para que con las hojas de la matalahúga traída de Oriente intentase atafagar al zurambático criado antes de que preso de ira soltase el arraclán entre los presentes. Con esta actitud el dueño de la casa pretendía acrisolar dentro de lo posible la dramática situación, circunstancia que no había conseguido con el generoso rioja servido con el tragavino.