Cual es el conflicto y desenlase del cuento pesquisa de don frutos

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Respuesta dada por: khsutta17
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Respuesta:

es muy largo pero llege a leer un parte

y me imagino que es esto ¡Hasta luego, Aniceto! ―respondió el funcionario y volvió a sentarse cómodamente.

El oficial, que había dejado el libro, se plantó frente a su superior.

―¿Qué pa le pasa, m΄hijo?

―¿No vamos al lugar del hecho, comisario?

―Sí, enseguidita.

―Pero… ¡es que hay un muerto, señor!

―¿Y qué?… ―contestó el viejo ya con absoluta familiaridad―. ¿Acaso tené miedo que se dispare?… Dejame que tome cuatro o cinco matecitos más, o de no, se me van a desteñir las tripas.

Cuando, después de una buena media hora, arribaron al rancho de las afueras donde había ocurrido el suceso, ya el oficial había redactado in mente el informe que elevaría a las autoridades sobre la inoperancia del comisario, sus arbitrarios procedimientos y su inhabilidad para el cargo. Creía que era llegada la ocasión propicia para su particular lucimiento y para apabullar con sus mayores conocimientos los métodos simples y arcaicos del funcionario campesino. Lo único que lamentaba era haber olvidado en la ciudad una poderosa lupa, que le hubiera servido de maravilloso auxiliar para la búsqueda de huellas.

Apenas a unos pasos de la puerta estaba el extinto de bruces contra el suelo.

―¡Andá! ―ordenó el comisario al cabo Leiva―. Abrí bien la ventana pa que dentre la luz.

Éste lo hizo así y el resplandeciente sol tropical entró a raudales en la reducida habitación.

Don Frutos se inclinó sobre el cadáver y observó en la espalda las marcas sangrientas de tres puñaladas que teñían de rojo la negra blusa del caído.

―Forastero… ―gruñó.

Luego buscó un palito y lo introdujo en las heridas. Finalmente lo dejó en una de ellas y aseveró:

―Gringo.

Se irguió buscando algo con la mirada y, al no encontrarlo, dijo al cabo:

―Andá, sacale laj rienda al rosillo qu΄es mansito y traémelas…

Cuando al cabo de un momento las tuvo en sus manos, midió con una distancia de los pies del difunto hasta la herida y luego, transportándola sobre el cuerpo de Leiva, alzó un brazo y lo bajó. No quedó satisfecho, al parecer, y, poniéndose en puntas de pie, repitió la operación.

―¡Ajá! ―dijo―. Es más alto que yo, debe medir un metro y ochenta má o meno.

Inmediatamente se volvió al cabo y lo interrogó:

―¿Estuvo ayer el Tuerto en las carreras?

―Sí, pero él pasó la tarde jugando a la taba.

―¿Y le jue bien?

―¡Y de no! ¡Si era como nu hay otra pa clavarla ΄e güelta y media! ¡Dios lo tenga en su santa gloria!… Ganó una ponchada de pesos. Al capatá΄e la estancia, a ese que le dicen Mister, lo dejó sin nada y hasta le ganó tres esterlinas que tenía ΄e recuerdo; el Ñato Cáceres perdió ochenta pesos y el anillo ΄e compromiso…

―Güeno, revisalo a ver si le encontrás la plata…

El cabo obedeció. Dio vueltas al cadáver y le metió las manos en los bolsillos, hurgó en su amplio cinturón y le tanteó las ropas.

―Ni un vainte, comesario.

―A ver… Vamoj a buscar en la pieza, puede que lo haiga escuendido.

―Pero, comisario ―saltó impaciente el oficial―. Así van a borrar todas las huellas del culpable.

―¿Qué güellas, m΄hijo?

―Las impresiones dactilares…

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