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Primero, se ha producido una expansión del mercado de trabajo. La globalización ha producido un salto histórico en el tamaño del mundo proletario, tanto mediante un proceso global de «cercamiento» que ha provocado la separación de millones de personas de sus tierras, sus trabajos y sus «derechos consuetudinarios», como mediante el aumento del empleo de las mujeres. No es sorprendente que la globalización se nos aparezca como un proceso de acumulación primitiva, que ha asumido formas variadas.
Segundo, la desterritorialización del capital y la financiarización de las actividades económicas, posibilitadas por la «revolución informática», han creado las condiciones económicas por las que la acumulación primitiva se ha convertido en un proceso permanente, mediante el movimiento casi instantáneo del capital a lo largo del planeta, al haber derribado una y otra vez las barreras levantadas contra el capital por la resistencia de los trabajadores a la explotación.
Tercero, hemos sido testigos de la desinversión sistemática que el Estado ha llevado a cabo en la reproducción de la fuerza de trabajo, implementada mediante los programas de ajuste estructural y el desmantelamiento del «Estado de bienestar». Como se ha mencionado anteriormente, las luchas llevadas a cabo durante los años sesenta han enseñado a la clase capitalista que la inversión en la reproducción de la fuerza de trabajo no se traduce necesariamente en una mayor productividad laboral.
Como resultado de esto, surgen ciertas políticas y una ideología que resignifica a los trabajadores como microemprendedores, supuestamente responsables de la inversión en ellos mismos y únicos beneficiarios de las actividades reproductivas en ellos materializadas. En consecuencia se ha producido un cambio en los ejes temporales existentes entre reproducción y acumulación. Los trabajadores se ven obligados a hacerse cargo de los costes de su reproducción en la medida en que se han reducido los subsidios en sanidad, educación, pensiones y transporte público, además de sufrir un aumento de los impuestos, con lo que cada articulación de la reproducción de la fuerza de trabajo ha devenido un momento de acumulación inmediata.
Cuarto, la apropiación empresarial y la destrucción de bosques, océanos, aguas, bancos de peces, arrecifes de coral y de especies animales y vegetales han alcanzado un pico histórico. País tras país, de África a las islas del Pacífico, inmensas áreas agrícolas y aguas costeras -el hogar y los medios de subsistencia de extensas poblaciones- han sido privatizadas y hechas accesibles para la agroindustria, la extracción mineral o la pesca industrial. La globalización ha revelado, sin lugar a dudas, el coste real de la producción capitalista y de la tecnología lo que hace imposible hablar, tal y como Marx hizo en los Grundrisse, de «la gran influencia civilizadora del capital» que surge de su «apropiación universal tanto de la naturaleza como de la relación social misma» donde «la naturaleza se convierte puramente en objeto para el hombre, en cosa puramente útil; cesa de reconocérsele como poder para sí; incluso el reconocimiento teórico de sus leyes autónomas aparece solo como una artimaña para someterla a las necesidades humanas, sea como objeto del consumo, sea como medio de la producción».
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