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El fin de la Gran Guerra en 1918 suscitó una esperanza general en toda Europa que pronto se tornó en profunda decepción. Los tratados de paz (Versalles, Saint Germain, Trianon…) no habían solucionado correctamente las tensiones étnicas ni nacionales de algunas regiones. Además, la coyuntura económica era desfavorable: excesiva deuda pública, reparaciones de guerra, reconversión industrial, inflación, devaluaciones, pérdidas de mercados a favor de EE.UU. y Japón...
Tales condiciones pusieron contra las cuerdas a las clases medias y bajas europeas. Comprobaron con creciente angustia como los viejos partidos eran incapaces de arreglar la situación y poco a poco se lanzaron a los brazos de las corrientes autoritarias que garantizaban la ley y el orden. Sobre todo cuando el triunfo de Lenin en Rusia era visto como un peligro exportable, en especial tras el ensayo comunista de Béla Kun en Hungría en 1919.
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