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Imagina una ciudad española (Madrid, Barcelona o Zaragoza) en la que los restaurantes no sirven comida más allá de las 3 de la tarde y los bares cierran sus puertas a las 10 de la noche. Una ciudad sin menú del día y donde los oficinistas ya no paran una hora para comer. Un lugar donde se empiece a trabajar a las 9 de la mañana (ya desayunados) y se salga antes de las 6 de la tarde. El telediario y la cena son a las 20.00, y a las 23.00 se terminan los programas estrella de las televisiones. A las 23.30 queda poca gente por las calles y la mayoría de los españoles ya están en la cama para poder dormir ocho horas, casi una más al día de lo que lo hacemos actualmente.
Es un escenario difícil de imaginar pero que se parecería mucho a la llamada “racionalización de horarios” y a lo que ocurre en el resto de Europa. Para ello haría falta un gran pacto de Estado. Y no se trata sólo de un acuerdo entre partidos políticos: cambiar los horarios de los españoles necesitaría que se pusieran de acuerdo los empresarios, los trabajadores, los dueños de los bares, los de los pequeños comercios, las cadenas de televisión, los transportes públicos e incluso los turistas. Un gran esfuerzo para conseguir trabajar menos horas, conciliar mejor la vida familiar y laboral y evitar las jornadas interminables typical spanish por las que aún hay gente en las oficinas más allá de las nueve de la noche.
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