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Neoptólemo, ante la impotencia de su madre Andrómaca
En la mitología griega, Astianacte es el hijo de Héctor y de Andrómaca, y nieto de Príamo, rey de Troya.
Héctor le dio el nombre de Escamandro (en griego Σκαμάνδριος), el del río que baña Troya, pero el pueblo prefiere llamarlo Astianacte. Ἀστυάναξ (Astiánax) significa "el que reina en la ciudad", de ἄστυ (ciudad) y ἄναξ (dueño).
Hay diversas versiones sobre la suerte de este nieto de Príamo:
Según la tradición del ciclo troyano, murió durante el saqueo de Troya: la Pequeña Ilíada señala que Neoptólemo, hijo de Aquiles, dio muerte al infante lanzándolo desde lo alto de una torre de la ciudad para vengar la muerte de su padre y que no llegase a ser un nuevo rey de Troya, algo corroborado por un pasaje de Las troyanas de Eurípides (719 y ss.) donde el heraldo Taltibio revela a Andrómaca que Odiseo ha convencido al consejo para que el niño sea arrojado desde las murallas y así fue muerto. En la versión de Séneca de esta obra, el profeta Calcas declara que Astianacte debe ser lanzado desde las murallas para permitir vientos favorables a la flota griega (365-70) pero, una vez que se llevó a la torre, el propio niño saltó de las murallas (1100-3). Ovidio, (Metamorfosis, XIII, 415) se limita a decir que fue arrojado desde una torre de Troya. Otras fuentes para la historia del saqueo de Troya y la muerte de Astianacte se pueden encontrar en la Bibliotheca mitológica del Pseudo-Apolodoro, en Higino (fábula CIX) y Trifiodoro (Ἰλίου Ἅλωσις; lat. Excidium Ilii, "La toma de Troya", 644-6). Otro de los poemas del ciclo, la Iliupersis, mencionaba que fue Odiseo quien lo mató.
Una tradición más reciente sostiene que no fue muerto durante el saqueo, sino que más adelante fundó una nueva Troya junto a su primo Ascanio, hijo de Eneas.
Respuesta:
LA IDEA DE LA JUSTICIA
Amartya Sen
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Fragmento
Prefacio
«En el pequeño mundo en el cual los niños viven su existencia», dice Pip en Grandes esperanzas, de Charles Dickens, «no hay nada que se perciba y se sienta con tanta agudeza como la injusticia»[1]. Espero que Pip tenga razón: tras su humillante encuentro con Estella, él recuerda de manera vívida «la coacción violenta y caprichosa» que sufrió cuando era niño a manos de su propia hermana. Pero la fuerte percepción de la injusticia manifiesta se aplica también a los adultos. Lo que nos mueve, con razón suficiente, no es la percepción de que el mundo no es justo del todo, lo cual pocos esperamos, sino que hay injusticias claramente remediables en nuestro entorno que quisiéramos suprimir.
Esto resulta evidente en nuestra vida cotidiana, en las desigualdades y servidumbres que podemos sufrir y que padecemos con buena razón, pero también se aplica a juicios más amplios sobre la injusticia en el ancho mundo en que vivimos. Es justo suponer que los parisinos no habrían asaltado la Bastilla, Gandhi no habría desafiado al imperio en el que no se ponía el sol y Martin Luther King no habría combatido la supremacía blanca en «la tierra de los libres y el hogar de los valientes» sin su conciencia de que las injusticias manifiestas podían superarse. Ellos no trataban de alcanzar un mundo perfectamente justo (incluso si hubiera algún consenso sobre cómo sería ese mundo), sino que querían eliminar injusticias notorias en la medida de sus capacidades.
La identificación de la injusticia reparable no sólo nos mueve a pensar en la justicia y la injusticia; también resulta central, y así lo sostengo en este libro, para la teoría de la justicia. En la investigación que aquí se presenta, el diagnóstico de la injusticia aparecerá con frecuencia como el punto de partida de la discusión crítica[2]. Pero podría preguntarse: si éste es un punto de partida razonable, ¿por qué no podría ser también un buen punto de llegada? ¿Qué necesidad hay de ir más allá de nuestro sentido de la justicia y la injusticia? ¿Por qué debemos tener una teoría de la justicia?
Comprender el mundo no es nunca una simple cuestión de registrar nuestras percepciones inmediatas. Comprender entraña inevitablemente razonar. Tenemos que «leer» lo que sentimos y lo que parece que vemos, y preguntar qué indican esas percepciones y cómo podemos tenerlas en cuenta sin sentirnos abrumados por ellas. Una cuestión se refiere a la confiabilidad de nuestros sentimientos e impresiones. Un sentimiento de injusticia podría servir como señal para movernos, pero una señal exige examen crítico, y tiene que haber cierto escrutinio de la solidez de una conclusión basada en señales. La convicción de Adam Smith sobre la importancia de los sentimientos morales no lo disuadió de buscar una «teoría de los sentimientos morales», ni de insistir en que un sentimiento de injusticia sea críticamente examinado a través de un escrutinio de la razón para determinar si puede ser la base de una condena sostenible. Una similar exigencia de escrutinio se aplica a la inclinación a elogiar algo o a alguien[3].
Explicación:
- exigencia de escrutinio se aplica a la inclinación a elogiar algo o a alguien[3].