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El toreo es el único arte que juega con la muerte.
(Henry de Montherlant)
Tras una larga pesadilla, despierta.. Polvo y arena son su única compañía. Un cubículo sin techo, de ladrillo y piedra, veta su libertad, extingue su voluntad. Una gran puerta roja es la única entrada, es la única salida. El sol baña su cuerpo con la intensidad de cualquier día de verano en el sur.
-¿Dónde me encuentro?. Estoy confundido. ¿Qué es esta prisión que me alberga?. No hace mucho, prados infinitos de verde hierba, se extendían bajo mis patas, acomodando mis largos paseos. Y ahora ¿Por qué estoy aquí?. No lo entiendo.
La confusión y la duda se apoderaban de su recio cuerpo. Un lejano susurro se acercaba al lugar del cautiverio. Algo dañino empieza a crecer en su interior. Algo que le decía que esos susurros, guiarían su destino, hacia una fatal final.
Extrañas sombras comenzaron a tapar el radiante brillo, de nuestra estrella más importante. Los susurros, ya estaban aquí.
-¿Quiénes sois criaturas?. ¿Por qué me atormentáis?. ¿Qué queréis de mi?.
Gritaba una y otra vez sin obtener respuesta alguna. Las sombras desaparecen. La dantesca puerta, se abre. Él, con el ansia de libertad que solo el preso conoce, sale de su encierro. Una gran plaza regada con albero, aparece frente a sus pardos ojos. Las difusas sombras se vuelven materiales. Extrañas criaturas bípedas abarrotan el anfiteatro emitiendo gritos y risas ensordecedoras.
-¿Quiénes sois?. ¿Qué queréis de mi?.
Un lejano recuerdo vuelve a su mente. Un cuento antaño escuchado. Un cuento acerca de muerte, acerca de salvación.
-Espera, ¿sería este el día?. Aquellas historias que se contaban en mi hogar, ¿serían ciertas?. ¿Hoy será mi último día?. Hoy, ¿yaceré muerto en esta amarilla arena que piso?.
El gran escenario se queda en silencio durante unos instantes. Algo se avecina. Un hombre engalanado con su mejor traje, sale al ruedo. Porta un gran capote de color fucsia. Acababa de conocer a la persona que le iba a quitar la vida. Acababa de conocer al torero.
-Si el cuento, es real. Mil y una veces he oído hablar de ti. Ese, al que llaman torero. Ese, que de tantos hermanos, ha escuchado el último aliento. Si tu torero, brazo inquisidor de mi raza. Quiero cobrar mi venganza, quiero que pagues por tus pecados.
El enorme animal embiste con crueldad a aquel hombre que cual mago, lo esquiva cada vez. El aliento comienza a faltarle al negro animal. El torero se resguarda en su fortín, esperando asestar es estoque final.
-¿Por qué haces esto?. Acaso, ¿mi raza se lo merece?. O por el contario ¿es esta nuestra finalidad?. ¿Es para lo que hemos sido creados?. ¿Es la razón por la cual todavía no nos hemos extinguido?.
De otra de las puertas del recinto, un jinete y su caballo salen prestos al ruedo. Un gran lanza es su sello de bienvenida. La bestia, se acercan a él con furia y comienzan a clavarle el pincho en la espalda una y otra vez. Una y otra vez. Una, y otra vez.
-Basta, duele.
Él comienza a embestir con fuerza a aquel gran ser de cuatro patas, a aquel que le hiere. Su gran armadura impide cualquier lesión. La sangre que brota de su herido lomo, comienza a teñir la arena. El jinete y su caballo se retiran.
- Durante cinco años he sido feliz. Vagaba de aquí para haya, sin preocupación ninguna. Siempre provisto de alimento y resguardo. Toda ese bienestar, ese confort, ¿era la antesala a esta vejación?, ¿a esta humillación?. Cinco años de felicidad por media hora de sufrimiento, ¿es un trato justo?.
De nuevo aquel al que llaman torero sale a escena. Esa gran manta rosa había cambiado por otra más pequeña. Una gran espada de metal, se fusiona con su brazo de una forma cuasi perfecta. El toro sabia que había llegado su final. Un gran último gemido perduraría en esa plaza por siempre. El último aliento de tan noble animal, seria escuchado por el torero. Aquel mausoleo de sangre y polvo perduraría por siempre.