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El afilado cuchillo atraviesa la sandía. Ha sido un día largo y asesinar a esa fruta representa el desahogo de su frustración.
El glotón recibe indicaciones forzosas sobre la manera en que deberá vivir el resto de su vida si quiere ser parte de ella. El diagnóstico definitivo: su páncreas dejó de funcionar. Décadas de abuso de los carbohidratos refinados y placeres grasosos con poco valor nutricional lo han enfermado finalmente. Ahora está condenado a depender de tazas de medir, cucharas estandarizadas y planchas para cocinar. No puede imaginar su vida sin su lechona semanal, sin su chicharrón diario y sin su amada Coca Cola®.
Todo comenzó como una jornada regular de compras. Entre tantos pasillos de harinas refinadas, carnes grasosas y postres azucarados, está por conocer la abandonada sección de las frutas y vegetales. El paso obligatorio por el área de edulcorantes artificiales y cereales integrales no fue tan malo como encontrarse con el nauseabundo olor del combo del tomate, las especias, las habichuelas, los plátanos y las frutas nacionales. Nada de lo visto despierta su apetito, comer dejará de ser un placer, ahora será un trámite diario.
Le cuesta escoger vegetales, no conoce nada de ellos, ni cómo se preparan, ni cuáles se comen con piel ni cuáles combinan entre sí. Se consuela pensando que las frutas serán más atractivas para su paladar. Ha pensado dejar todo como está y consolarse con la frase de su abuelo “De algo hay que morirse”. Mas las imágenes de amputados, infartados y esclavos de diálisis le han asustado hasta el sueño. No piensa echarse a morir sin batallar, sin intentarlo.
No es coincidencia que tantas personas disfruten ese estilo de vida.
Entre todas las nuevas adquisiciones que recién empieza a conocer, una le causa extremo desagrado a la vista. Una enorme sandía, verde en su exterior, pesada, incómoda para ser transportada. Su olor no le parece nada agradable, pero se consuela pensando que las dimensiones de la fruta compensarán el sabor. Al menos su hambre será saciada. El sabor ya no importa, igual se resigna a que no volverá a disfrutar la comida.
Su nevera está colmada de todas esas delicias que se irán. Debe deshacerse de muchos alimentos que antes engullía a toda hora. Su nevera brilla ahora de verdes, rojos, amarillos, texturas y frescor. Carnes blancas, magras, frutas coloridas y muchos vegetales de los que no sabe qué esperar. Quizás por querer deshacerse pronto del estorbo de la fruta gigantesca, decide comenzar con ella.
El afilado cuchillo atraviesa la sandía. Ha sido un día largo, y observar al deprimido glotón disfrutar su textura, su refrescante jugo y su dulce natural hace reír a la sandía, aunque la estén asesinando
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