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En 1660 el arzobispo de Lima, Pedro de Villagómez, inició la recolección de declaraciones de las virtudes y milagros de Martín de Porres para promover su beatificación, pero a pesar de su biografía ejemplar y de haberse convertido en devoción fundamental de mulatos, indios y negros, la sociedad colonial no lo llevó a los altares. Su proceso de beatificación hubo de durar hasta 1837 cuando fue beatificado por el papa Gregorio XVI, franqueando las barreras de una anticuada y prejuiciosa mentalidad.
El papa Juan XXIII que sentía una verdadera devoción por Martín de Porres, lo canonizó en la Ciudad del Vaticano el 6 de mayo de 1962 ante una multitud de cuarenta mil personas procedentes de varias partes del mundo nombrándolo (Santo Patrono de la Justicia Social), exaltando sus virtudes con las siguientes palabras: (Martín excusaba las faltas de otro. Perdonó las más amargas injurias, convencido de que el merecía mayores castigos por sus pecados. Procuró de todo corazón animar a los acomplejados por las propias culpas, confortó a los enfermos, proveía de ropas, alimentos y medicinas a los pobres, ayudó a campesinos, a negros y mulatos tenidos entonces como esclavos. La gente le llama ‘Martín, el bueno’.)
La proclamación de Martín de Porres como santo fue sustentada por las milagrosas curaciones que ocurrieron a una anciana gravemente enferma en Asunción (Paraguay) en 1948 y a un niño con una pierna a punto de ser amputada por la gangrena en Tenerife (España) en 1956
Su festividad en el santoral católico se celebra el 3 de noviembre, fecha de su fallecimiento. En diversas ciudades del Perú se efectúan fiestas patronales en su nombre y procesiones de su imagen ese día, siendo la procesión principal la que parte de la Iglesia de Santo Domingo en Lima, lugar donde descansan sus restos mortales.
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