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Los homosexuales, como todos, pueden casarse y no es discriminatorio que muchos prefieran no hacerlo. Los homosexuales pueden casarse con los mismos derechos y obligaciones que los heterosexuales. Es decir, sólo con otra persona y sólo del sexo opuesto y que tenga cierta edad y dé su consentimiento. Que un homosexual se queje de discriminación porque no le dejan casarse con alguien del mismo sexo es como si un polígamo se queja de discriminación porque no le dejan casarse con varias mujeres, o un promiscuo con varios y varias a la vez. No hay discriminación: la ley es igual para todos y la sociedad tiene un modelo de matrimonio que ha demostrado su eficacia durante siglos.
Casar homosexuales es un experimento social inédito. Casar personas del mismo sexo es un experimento social que nunca antes se ha intentado. Ninguna civilización ha implantado el matrimonio homosexual. Incluso sociedades que permitían la homosexualidad y hasta la fomentaban en ciertas edades y clases sociales, como los griegos antiguos, entendían claramente el matrimonio como la unión estable entre un hombre y una mujer abiertos a tener hijos. Una cosa eran las prácticas sexuales de los ciudadanos y otra muy distinta la familia y la generación y educación de hijos. La homosexualidad ha adoptado muchas formas en distintas sociedades, pero nunca se le ha relacionado con el matrimonio. Experimentar con el modelo social es irresponsable y peligroso, sin embargo muchos defienden esa experimentación por razones ideológicas de rechazo a la familia y no por razones científicas y ni siquiera de demanda social (la inmensa mayoría de la población mundial está en contra).
No existe el gen homosexual. El homosexual no nace, se hace. No se ha podido demostrar científicamente que la homosexualidad esté ligada a la herencia genética o que la tendencia a ser homosexual esté determinada desde el nacimiento. Sí que se ha demostrado y es defendido por un amplio y respetable sector científico que la prevalencia de la tendencia homosexual obedece a factores ambientales y está condicionada por la propia psicología y la educación. Cualquiera puede realizar actos homosexuales si quiere y cualquiera puede también dejar de realizarlos. Por eso la mayoría de los homosexuales puede dejar de serlo, como la terapia clínica ha demostrado. El homosexualismo insiste en el carácter innato de la homosexualidad para defender que se trata de un hecho natural, sin embargo la ciencia nos dice que la homosexualidad es humana no porque sea genética sino porque es influenciable por el ambiente y por las propias decisiones. Un ambiente proclive a la homosexualidad aumenta el número de homosexuales en ese ambiente, mientras que en un ambiente donde la homosexualidad se tolere pero no se proponga disminuye el número de homosexuales.
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Explicación:
Se trata de un asunto mucho más trascendental que la cuestión de si la sociedad debe ser más tolerante o no hacia el estilo de vida homosexual. En los últimos años, hemos visto la constante presión de quienes abogan por ese estilo de vida para que se acepte como normal lo que no lo es, y para descalificar a los que se opongan, tildándolos de intolerantes, prejuiciados e irrazonables. Esos defensores son tan prestos para exigir la libertad de expresión y pensamiento para ellos como para criticar a los que sostienen otra postura y silenciarlos, si es posible, poniéndoles etiquetas tales como la de “homofóbico”. Por lo menos en un país donde los activistas homosexuales han logrado importantes concesiones, incluso hemos visto que se ha amenazado con prisión a un pastor de una iglesia por predicar desde el púlpito que la conducta homosexual es pecaminosa. Ante esas tendencias, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días debe asumir una postura en base a su doctrina y principios. Esto es más que un asunto social; bien puede tratarse, en definitiva, de una prueba para una de nuestras libertades religiosas más básicas: la de enseñar lo que sabemos que nuestro Padre Celestial desea que enseñemos.