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En 1920, varios periódicos y habitantes de Lima, hicieron eco de la repentina curación de Rosa Angélica Castro, una pobre tullida de modesta familia, que había pasado por dos operaciones y que por causas desconocidas por los médicos, había quedado inmovilizada en ambas piernas.
Llegó octubre y con él la procesión del Señor de los Milagros. En el segundo día de andas, Rosa Angélica y su madre ingresaron al Templo de la Encarnación y al ver la imagen, suplicaron la salud que la joven tullida tanto deseaba. Apenas la multitud había abandonado el templo, la enferma sintió una conmoción que la hizo dejar la silla, se levantó y caminó presa de un gozo indescriptible, superando sus males y agradeciendo al Cristo Moreno por su misericordia.
Otro relato indica que Rosa Oquendo llevaba un año y dos meses padeciendo de parálisis de los miembros inferiores y pese a haber consultado a varios médicos, todo había sido inútil. El día que salió la procesión, fue conducida a la plazuela de Mercedarias y al pasar la imagen delante del lugar donde se encontraba, ella se levantó del sillón donde estaba reclinada y siguió las andas sin sentir molestia alguna, causando sorpresa entre quienes la conocían.