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LA MONTAÑA DE CRISTAL
Un matrimonio tenía siete hijos, todos varones. Tanto el marido como la mujer anhelaban tener una hija. Por fin, la señora dió a luz una niña; pero, era tan diminuta que temían que muriera de un momento a otro. Como el cura del pueblo estaba ausente, no pudo bautizarla y, decidieron ellos, darle el agua del socorro. El padre envió a uno de sus hijos a la fuente. El muchacho fué corriendo y sus hermanos le acompañaron. Se detuvieron a jugar un rato y llegaron al arroyo al cabo de media hora. Cuando sacaron el agua empezaron a disputar sobre cuál de ellos habría de llevarla.
El padre estaba lleno de impaciencia; temía que muriera la recién nacida sin bautizo.
—Esos niños.—decía—, tienen ya tiempo de sobra para ir y volver; seguramente se habrán detenido a jugar. Desesperado, al fin, por la tardanza lanzó un juramento: Dios permita que esos granujas se conviertan en cuervos. Apenas habia terminado de decir esas palabras cuando se oyeron fuera graznidos de cuervos y aleteos. Se asomó y vió siete cuervos negros que pasaban sobre su tejado. Un secreto pensamiento le dijo que esos cuervos eran sus hijos. La pobre madre lloró amargamente. Por fortuna con la recién nacida no ocurrió lo que temían sus padres. Empezó a fortalecer y a crecer, siendo cada día más notables sus gracias y belleza. Los padres, por no entristecerla, nunca le dijeron que tuviera hermanos, pero una vecina indiscreta la llamó un día para regalarle golosinas y le dijo.- le deseo muchos años de vida, niña hermosa; tantos como vivan tus hermanos, porque los cuervos suelen vivir muchos años.—Yo no tengo hermanos, le dijo ella. Cierto que sí los tienes y, sin tu saberlo, tuya es la culpa de la desgracia de ellos. La niña, en cuanto vió a su padre, le contó lo de la mujer y le preguntó el significado de lo que había dicho. El padre negó que aquello fuera verdad, pero sus palabras no lograron convencer a la niña, quien pensó que estaba en el deber de ir en busca de sus hermanos. Esta idea la tenía muy triste, un día huyo de la casa llevándose un pan, un cuchillo,' una calabaza de agua y una sortija de plata. En el bosque se puso a llorar, ya estaba arrepentida de su buen propósito. Cuando era mayor su aflicción, se le presentó un ángel y le dijo:
—No desesperes, tus hermanos viven y están en una montaña de cristal; toma este hueso, que con él podrás abrir la puerta de la montaña.
Ella se puso en camino y a los dos días, llegó a la puerta de cristal. Buscó en su bolsillo el hueso, pero no lo encontró.—Quizás un dedo mío valga tanto como lo que me dió el ángel, —dijo—. Y sin vacilar se cortó un dedo. No en vano hizo tan gran sacrificio; pues, apenas metió el dedo por la cerradura de la puerta cuando esta se abrió de par en par. Un enano de horrible aspecto salió, preguntándole que buscaba allí.—Busco a mis hermanos,—contestó ella—Aquí viven son mis amos,—le contestó el enano, ellos no están ahora, pero no tardarán en volver de un momento a otro. Dicho esto, el enano puso sobre la mesa en un mantel blanco, siete cubiertos, siete platos y siete copas.
En seguida pasó a la cocina, sirvió la cena y llenó las copas de vino. La joven que tenía hambre tomó de cada copa un sorbito; en la última copa dejó caer la sortija, y se escondió. Poco después oyó ruido de alas, eran los cuervos que llegaban. Al ver que les faltaba algo en los platos gritaron:
— ¿Quien se ha atrevido a comer de mi plato y a beber de mi cofia. Cuando el séptimo se encontró la sortija, la cogió con el pico y la reconoció.
—Esta sortija es de mi madre ¡Oh! Dios mío- ¿Como habrá venido a parar aquí? si la hubiera traídomi hermana y pudiera darnos un beso qué felices seríamos.
Cuando la niña oyó estas palabras, salió de su escondite y estrechó a sus hermanos contra su corazón. Al instante los cuervos recobraron su figura natural. La alegría de los ocho hermanos es cosa difícil de imaginar y mucho menos de describir. Aquella misma noche tomaron el camino de su casa, pues la impaciencia no les dejaba esperar al otro día. Sus padres, que casi morían de tristeza, al ver a sus ocho hijos que creían haber perdido para siempre, se sintieron indemnizados de todas las pasadas amarguras y, en lo sucesivo, vivieron juntos y felices.

Dando un salto el piojo alzo la voz para decir: ¡Si de chupar sangre se trata, aqui estoy yo para realizar ese trabajo señores!. Muy molesta por el giro que habia tomado la discusión, la mosca dijo: ¡Disculpen señores, pero ya también soy importante, recuerden que desconpongo y daño todo
Respuesta:
ya te lo dijieron a si que holaaaa