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El suelo es un organismo vivo que hay que controlarlo, monitorearlo y cuidarlo, solo un suelo sano es capaz de lograr un alimento sano para el hombre. Con estas palabras inició su conferencia Rosa Orellana Gallego, del Instituto de Investigaciones Fundamentales en Agricultura Tropical de La Habana, Cuba, en el I Seminario Taller de Agricultura Orgánica que se realizó en La Garza Roja, en Nobol, la semana anterior.
En este evento, organizado por la Federación de Centros Agrícolas del Litoral y la Red Hortofrutícola Mundial, en el que participaron más de 150 agricultores y agroempresarios, los expositores de Cuba, Argentina y Ecuador mostraron el potencial que tienen a nivel mundial los cultivos orgánicos, y Ecuador se incluye esta realidad.
Para la investigadora cubana, el inicio de la agricultura orgánica está en el suelo, de ahí que dio algunas enseñanzas sencillas para que los agricultores pequeños puedan saber con qué tipo de suelo cuentan y cómo convertirlos en más productivos, sin necesidad de grandes inversiones.
Los primeros parámetros que hay que evaluar, dijo la experta, son la humedad, densidad y la estructura, y manejar muy bien lo que ella llama el botiquín de primeros auxilios del agricultor, que debe estar ubicado en un espacio clave de la finca, con utensilios y dispositivos de trabajo que permitan al productor medir los indicadores de salud del suelo como el color, la textura, estructura y resistencia al impacto del agua.
El color, indicó Orellana, es una propiedad importante del suelo, ya que lo identifica, clasifica y puede calificar el drenaje, la aireación, el contenido de materia orgánica, entre otras propiedades.
Los suelos de color amarillo, grisáceo o de varios colores son catalogados como de baja calidad. El pardo claro es de calidad mediana, y el negro, pardo oscuro, rojo oscuro y uniformes, de buena calidad, explicó.
Otro indicador es la textura del suelo; a través de ella, recalcó, se puede saber si en la tierra predominan los componentes arcillosos o arenosos. Un suelo rico en arcilla significa que tiene una mayor capacidad para retener nutrientes, materia orgánica y agua.
Modo de operación
Para hacer la práctica de manera sencilla, el agricultor debe tomar una porción de suelo en la palma de la mano y humedecerla hasta tener una consistencia pastosa; se amasa bien, se hace una bolita intentando formar un “tabaquito” de un grosor aproximado de 3 mm. Luego se trata de cerrar un círculo de 3 cm de diámetro: si no se rompe el aro, es una categoría entre arcilla y arena, que es muy buena; si se cuartea o se parte, es medio; mientras más arcilloso es el suelo, más agua retiene y más nutrientes contiene.
En cambio, añadió, si no se logra hacer el aro, quiere decir que el suelo es arenoso y de mala calidad.
La textura del suelo no debe variar notablemente, sin embargo, si existe una mala nivelación del terreno llano o se manifiestan formas de relieve ondulado, ante aguaceros intensos que sobresaturen el suelo, más aún si el drenaje es pobre, puede ocurrir un arrastre de partículas finas, entonces el método puede ser un buen indicador de que está sucediendo un proceso de erosión hídrica, enfatizó Orellana.
Cuando en el suelo hay distribución de terrones de diferentes tamaños se crea una correlación de suelo, agua y aire favorable para el desarrollo de los cultivos agrícolas, agregó la especialista cubana.