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La mayoría de los historiadores coincide que el proceso más antiguo que dio origen a la independencia del Perú fueron las reformas borbónicas. Este largo periodo en que una serie de medidas políticas y económicas restrictivas y represivas provocó que una amplia gama de sectores, criollos, mestizos e indios participaran en movimientos sociales en los sectores geográficos donde las reformas afectaron de manera más aguda. Sin embargo, las ideas reformistas que se expusieron en la época, en los planes políticos de los levantamientos, junto a algún discurso separatista ligado a un milenarismo indígena, no tuvieron los resultados inmediatos esperados.
En vez de dividir a la población en españoles y peruanos o americanos, los levantamientos y rebeliones separaron a las elites criollas y mestizas de las masas indígenas, pues las primeras temían que un desborde popular transforme la estructura jerárquica de la sociedad colonial. Por último, si bien durante esta época se dieron pugnas entre la elite limeña y la provinciana, éstas no fueron decisivas en el posterior proceso de independencia, brindando más bien apoyo una vez que los ejércitos libertadores ya se encontraban en territorio peruano, como en el caso de las montoneras o las donaciones.
Otro punto común entre los historiadores es que un antecedente se encuentra en las ideas de la Ilustración y del Liberalismo. La Ilustración, corriente de pensamiento que tuvo su más alto desarrollo en Francia en el siglo XVIII, propuso un mundo basado en la razón como modo de progreso que traería la felicidad a los hombres. Sus postulados están ligados al desarrollo de la tecnología y los avances de las ciencias naturales con la finalidad del mejoramiento social estaban ligados intrínsicamente con la educación.
Por otro lado, el Liberalismo es la expresión política de la Ilustración, y se basa en la concepción individualista del mundo. Dentro de esa preeminencia del individuo, el sistema político no podía estar fundamentado en la Providencia, sino en el sufragio universal y el Estado debía sostenerse en la división de poderes, la defensa de la propiedad, la tolerancia de cultos, la igualdad entre los hombres y la abolición de la esclavitud. Si bien esas ideas llegaron y se difundieron en círculos académicos, grupos intelectuales y en espacios políticos recién creados, su propagación fue muy limitada y no se configuró como una ideología dominante.
El discurso de la Ilustración y del Liberalismo fue el motor de los pensadores políticos de los últimos años de la colonia y de los primeros de la república, y los encontramos en una serie de pensadores como Hipólito Unanue, José Baquíjano y Carrillo, Toribio Rodríguez de Mendoza y Juan Pablo Viscardo y Guzmán; y publicaciones, como El mercurio peruano (1791-1795), el Semanario crítico y el Diario de Lima. Los atisbos de racionalismo y nacionalismo de sus planteamientos, que rara vez incluyeron ideas separatistas y realmente reformadoras, no se difundieron a través de la cerrada y estamentaria sociedad colonial, quedando así en el intento aislado de un grupo de hombres.
La historia europea también brinda una serie de hechos interesantes. La guerra entre España y Francia (1793) y luego entre estas dos contra Inglaterra (1796) debilitaron la presencia de la metrópoli en las colonias americanas. Los triunfos ingleses cambiaron la configuración de poder no sólo en Europa, sino también afectaron a los virreinatos, sobre todo en la medida que el comercio ultramarino de las últimas décadas del XVIII e inicios del XIX fue mayoritariamente inglés, sobre todo después de Trafalgar (1805). Más importante fue la invasión napoleónica a España, que como veremos más adelante remeció los cimientos de las elites y de la burocracia política al crear una crisis de legitimidad que fue recibida de diversas maneras según el virreinato. La creación de la Junta Central en Cádiz, la emisión de una constitución liberal en 1812 y el retorno al absolutismo en 1814, para que tan sólo seis años después una rebelión liberal en España vuelva a cambiar la naturaleza política de la corona, sacudieron una y otra vez a las clases dominantes americanas.
En virreinatos como el Río de la Plata y Nueva Granada se organizaron grupos criollos que apostaban por el separatismo en la medida también que favorecía sus intereses, al luchar contra el absolutismo y el control de la economía colonial. En los virreinatos del Perú y de México, por ejemplo, las elites permanecieron fieles a la corona en la medida que ésta garantizaba sus beneficios y fueros, y más alzó su voz para llamar al separatismo en los momentos en que España parecía dar un giro liberal y ya no podía encargarse de mantener la situación colonial en América, por lo cual otro grupo debía hacerlo.
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