• Asignatura: Castellano
  • Autor: valentrujillo2015
  • hace 9 años

del cuento LA CABRA NUVIA necesito el resumen:

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desarrollo:-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------.
desenlace:---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------.

porfa es urgente. para ya

Respuestas

Respuesta dada por: poweer
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LA CABRA DE NUBIA —Le doy diez pesos. —Vale quince. Ni un centavo menos. —Diez pesos. —Quince. —Podríamos partir la diferencia: doce y medio. —No; quince. Es el único precio. El joven miró la cabra. Era un precioso animal. A pesar de su cornamenta, tenía un asCaracterísticas de la raza La cabra Nubia es de tamaño grande tiene más carne que otras razas lecheras sin  perder su característica Elegancia. El estándar de la raza Nubia especifica gran tamaño, pueden ser de cualquier color. las orejas son largas, colgantes...aspecto inofensivo...
vi una cabra Nubia negra. Esta criatura bella, la cual a un punto era mía, estaba ahora libre y yo era la bestia. La miré en los ojos, recordando todos los momentos que me llevaron a mi caída actual. Todo empezó el domingo por la mañana, cuando mi padre me preguntó que ordeñara la cabra y que chequeara...
Respuesta dada por: hiolauaehilDVF
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—Le doy diez pesos.

—Vale quince. Ni un centavo menos.

—Diez pesos.

—Quince.

—Podríamos partir la diferencia: doce y medio.

—No; quince. Es el único precio.

El joven miró la cabra. Era un precioso animal. A pesar de su cornamenta, tenía un aspecto inofensivo y unos ojos melancólicos, que daban lástima.

—Doce y medio —volvió a decir, dando una vuelta en torno de la cabra.

Consideraba que valía quince pesos, pero pensaba insistir en doce y medio hasta el último momento. Era una cabra magnífica. La piel brillante, las ubres opulentas, todo denunciaba en ella la selección de la especie.

—Doce cincuenta —dijo por tercera vez.

—Vale quince —repitió el otro, un hombre tuerto, de largos bigotes—. Ni un centavo menos. ¿Dónde consigue usted una cabra de Nubia por ese precio? Si la vendo en eso, es porque necesito el dinero. Mi mujer va a tener un hijo... ¿Entiende? Necesito el dinero.

—No hay quién le dé más de lo que yo le ofrezco —insistió el joven.

—Es una cabra de Nubia.

—Podría ser una cabra del cielo. No vale más. ¡Doce cincuenta!

—Bien... Es suya. Me ha convencido. Necesito el dinero, y no hay remedio. Puede llevársela.

Después los levantaba a la altura de los ojos y los examinaba al trasluz, sosteniéndolos en el aire, con cómica desconfianza.

—Son legítimos —dijo el comprador.

—No lo dudo —replicó el tuerto—. Pero es mejor estar seguros. Hay muchos falsificadores.

—¿Podría hacerme un favor?

—Con mucho gusto, si Dios quiere —dijo el tuerto.

—No puedo llevarme la cabra ahora. Vendré mañana a buscarla, en un camión. Dejo su valor y mañana a las tres vendré a llevarla. ¿En dónde vive usted?

—Aquí me encontrará.

Inmediatamente se despidieron. El joven echó una ojeada a la cabra.

—Otro vaso de aguamiel —ordenó el tuerto cuando estuvo solo.

El propietario de la fonda emergió de la sombra, detrás del mostrador. Buscó un vaso y lo enjuagó en una olla. Luego tomó un cucharón y lo hundió en el barril burbujeante y llenó el vaso con el líquido fermentado. Después de dejarlo sobre el mostrador, volvió a perderse en la sombra.

—¿Quién es el que me ha comprado la cabra? —preguntó el tuerto.

Nadie contestó.

—¿Quién es? —insistió—. Estaba aquí, conversando con usted, cuando yo llegué. Supongo que lo conocerá.

El ventero volvió a aparecer. Mordía un terrón de azúcar. Al hablar, las palabras chirriaban en su boca, cuando los dientes chocaban contra partículas de azúcar retrasadas en la salivación calmosa.

—Es un loco —dijo.

—¿Cómo?

—Un loco.

—No lo parece. Es muy joven...

—¿Los jóvenes no pueden ser locos? ¡Qué criterio!

—No me dejó terminar. Iba a decir que es una desgracia que sea loco, siendo tan joven. Pero... ¿de dónde saca usted que sea loco?

—Su padre era muy rico. El hombre más rico de la provincia. Al morir le dejó todos sus bienes. Ahí donde usted lo ve ahora, bien vestido, con camisas de seda, con automóvil y todo, no tiene dónde caerse muerto...

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