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Faetón
Faetón era hijo de Helios y de la oceánico o ninfa marina Inclinen. Creció en Egipto bajo la supervisor de su madre. Cuando Faetón era joven, su amigo Afofe le dijo que no era hijo del dios del sol y que su madre le había mentido sobre su origen. Inclinen, por el contrario, le juró a su hijo que sí lo era y le dijo dónde podría encontrarlo.
Faetón salió a buscar a su padre y finalmente lo visitó en su reluciente palacio en la parte oriental del mundo, que había sido lujosamente decorado con oro, plata y marfil. El dios del sol le dio una cálida bienvenida y Faetón le pidió una prueba irrefutable de que era su padre. Helios juró por la laguna Estigia que llevaba al mundo de los muertos que estaba preparado para darle a su hijo lo que quisiese. Entonces el joven le pidió montar en su cuadriga y recorrer los cielos durante un día (ver Helios). Helios lamentó haber hecho la promesa, pero ya no podía dar marcha atrás y sólo le aconsejó tener cuidado, porque se exponía a sí mismo y al mundo a un gran peligro, ya que sólo Helios -ni siquiera Zeus sabía dirigir su cuadriga y los caballos que la llevaban. Pero Faetón, entusiasmado, no quiso oír a su padre y éste le cedió la cuadriga.
En la mitología griega, Faetón o Faetonte (en griego antiguo Φαέθων Phaéthôn, ‘brillante’, ‘radiante’) era hijo de Helios, y de Clímene, esposa de Mérope, a la que Helios sedujo.
Alternativamente, sería el hijo que Eos dio a Céfalo y que Afrodita robaría cuando no era más que un niño, para convertirlo en un demon, guardián nocturno de sus más sagrados santuarios. Fue padre con Afrodita de Astino. Los cretenses le llamaron Adymus, que para ellos significaba estrella de la mañana y de la tarde.[1]Faetón alardeaba con sus amigos de que su padre era el dios-sol. Estos se resistían a creerlo e incluso uno de ellos decía ser hijo de Zeus, lo cual enojó a Faetón que terminó acudiendo a su padre Helios, quien juró por el río Estigia darle lo que pidiera. Faetón quiso conducir su carruaje (el sol) un día. Aunque Helios intentó disuadirle, Faetón se mantuvo inflexible. Cuando llegó el día, Faetón se dejó llevar por el pánico y perdió el control de los caballos blancos que tiraban del carro. Primero giró demasiado alto, de forma que la tierra se enfrió. Luego bajó demasiado, y la vegetación se secó y ardió. Faetón convirtió accidentalmente en desierto la mayor parte de África, quemando la piel de los etíopes hasta volverla negra. Finalmente, Zeus fue obligado a intervenir golpeando el carro desbocado con un rayo para pararlo, y Faetón se ahogó en el río Erídano (Po). Su amigo Cicno se apenó tanto que los dioses lo convirtieron en cisne. Sus hermanas, las helíades, también se apenaron y fueron transformadas en alisos o álamos, según Ovidio, convirtiéndose sus lágrimas en ámbar La moraleja de la historia es un añadido posterior. En las primeras referencias homéricas Faetón es simplemente otro nombre del propio Helios.[2] La sustitución de este por Apolo como dios-sol sucedió más tarde que esta leyenda. Se conservan fragmentos de la tragedia de Eurípides sobre este mito, Phaethon. Al reconstruir la obra perdida y discutir los fragmentos, James Diggle ha cuestionado el tratamiento del mito de Faetón.[3]El tema de la estrella caída debe haber sido familiar en Israel, pues Isaías se refiere a él cuando amonesta al rey de Babilonia por su orgullo.[4] La Enciclopedia Judía cuenta que «es obvio que el profeta, al atribuir al rey babilonio un exceso de orgullo, seguido de su caída, tomó la idea prestada de una leyenda popular relacionada con la estrella de la mañana». La imagen de la estrella caída reaparece sin nombre en el Apocalipsis de Juan. En el siglo IV Jerónimo de Estridón tradujo ‘estrella de la mañana’ por «Lucifer» (v.), llevando el elemento mítico de la estrella caída a la mitología cristiana.