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Llegué a Trujillo a las siete de la mañana. Mi abuela Teo-
dora fue a esperarme al terminal terrestre. Faltaba poco
para cumplir los doce años. Ni bien bajé del bus con mi
equipaje, me abrazó y lloramos juntos. Soy el único hijo
de su hija Rosaura, mi madre, por lo tanto, el único nieto.
—Tu amiguito Luis Miguel llegó ayer —me dijo con-
forme íbamos en taxi del terminal a su casa.
Luis Miguel tenía la misma edad que yo, y vivía con
sus padres también en Lima. En las vacaciones de fin de
año su mamá lo traía a Trujillo, a la casa de su abuelo Ma-
nuel. Para estas fechas solíamos encontrarnos. Íbamos a la
playa, a la piscina, al cine, jugábamos sin cansancio y pelo-
teábamos en una losa deportiva con los otros muchachos
del barrio. Nos llevábamos bien. Su mamá era amiga de
la mía, y su abuelo y su tía, vecinos de mi abuelita. Vivían
en La Esperanza, cerca de Huanchaco. Luis, al igual que
yo, nació en Trujillo, pero ambos vivíamos en la famosa
Ciudad de los Reyes, en lugares distantes. Muy poco nos
visitábamos, a veces en uno que otro cumpleaños. Allá tra-
bajaban nuestros padres.