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6. La sepultura del lobo
Hubo una vez un lobo muy rico pero muy avaro. Nunca dio ni un poco de lo mucho que le sobraba. Sin embargo, cuando se hizo viejo, empezó a pensar en su propia vida, sentado en la puerta de su casa. Un burrito que pasaba por allí le preguntó: “¿Podrías prestarme cuatro medidas de trigo, vecino?”. “Te daré ocho, si prometes velar por mi sepulcro en las tres noches siguientes a mi entierro”. “Está bien”, dijo el burrito. A los pocos días el lobo murió y el burrito fue a velar su sepultura. Durante la tercera noche se le unió el pato que no tenía casa. Y juntos estaban cuando, en medio de una espantosa ráfaga de viento, llego el aguilucho y les dijo: “Si me dejáis apoderarme del lobo os daré una bolsa de oro”. “Será suficiente si llenas una de mis botas”, le dijo el pato, que era muy astuto.
El aguilucho se marchó para regresar enseguida con un gran saco de oro, que empezó a volcar sobre la bota que el sagaz pato había colocado sobre una fosa. Como no tenía suela y la fosa estaba vacía no acababa de llenarse. El aguilucho decidió ir entonces en busca de todo el oro del mundo. Y cuando intentaba cruzar un precipicio con cien bolsas colgando de su pico, cayó sin remedio. “Amigo burrito, ya somos ricos”, dije el pato. “La maldad del aguilucho nos ha beneficiado. Y ahora nosotros y todos los pobres de la ciudad con los que compartiremos el oro nunca más pasaremos necesidades”, dijo el borrico. Así hicieron y las personas del pueblo se convirtieron en las más ricas del mundo.
Había una vez dos amigas quienes se la pasaban juntas todos los días de sus vidas Elsa y Ana, pues ellas vivían cerca y estudiaban juntas, de hecho al realizar las tareas y salir a caminar en las tardes también lo hacían juntas.
Un día la madre de Elsa y la niña iban a salir al centro comercial a comprar ropa, por lo tanto decidieron invitar a Ana y la madre de la niña le saco el permiso con sus padres. ¿Podrían dejar ir a Ana al centro comercial? "no volvemos tan tarde".
Pues si, vayan y diviértanse mucho. Al llegar las tres al centro comercial fueron a ver una película, luego fueron a tomarse unas fotos con la mamá de Elsa y finalmente fueron a comprar ropa. Elsa tomo dos camisas y se las estaba midiendo entonces le pregunta a su amiga ¿Qué tal me queda esta camisa?
Pues: ¡no me gusta el color!, siento que no resaltas y no te queda muy bien. Elsa se metió rápidamente al vestidor y muy brava le dijo a su mamá para irse a casa y le dijo a Ana que no quería ser mas su amiga.
Al llegar a casa la madre de Elsa converso con su hija y le hizo entender que Ana solo le daba su punto de vista como su amiga que era y que eso lo debía de respetar. Finalmente Elsa entendió y fue a disculparse con su amiga.
Moraleja: debemos aceptar los consejos de las amistades.