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Por mucho que la primera acepción de manipular signifique que hacemos algo con las manos, se tiende a sospechar de intenciones oscuras, ilegales o poco éticas. Términos como transgénico, mutante o clon han sido también apropiados por titulares sensacionalistas y hasta por películas de terror, lo que no favorece que se comprenda del todo en qué consisten. Manipulación genética
Es obvio que, como cualquier tecnología, la manipulación genética no carece de peligros. Pero lo cierto es que las modificaciones genéticas practicadas en un buen número de especies –humanos incluidos– están casi siempre pensadas para mejorar nuestra calidad de vida minimizando riesgos: se combaten enfermedades, se consiguen alimentos o productos necesarios o se mejora el conocimiento científico.
Manipulación genética y la posibilidad de corregir enfermedades
En el año 1972, se lograban las primeras moléculas del llamado ADN recombinante: fragmentos que se habían cortado, ligado a otros diferentes e introducido en una bacteria que adquirió una propiedad genética de la que carecía. De inmediato se asumió que un día se haría posible corregir enfermedades añadiendo al genoma de un paciente la versión funcional de un determinado gen. No era una ficción: las dos décadas siguientes asistieron a una verdadera explosión de la ingeniería genética con la transformación un buen número de especies. En los años 90 se iba a lograr la primera terapia génica con éxito.
¿En qué difiere la terapia génica de la ingeniería genética? En dos aspectos. El primero es que la terapia trata de curar una patología en una persona y no de crear un organismo para un fin concreto. Y, segundo, las modificaciones afectan solo a un grupo concreto de células somáticas del organismo; el resto, incluida la línea germinal, sigue inalterado. No se rediseña una persona ni se influye sobre su descendencia.