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Respuesta:Los griegos llamaron Iberia a nuestra Península e iberos a sus habitantes. Como en un principio lo que conocían era el litoral mediterráneo, se entendía por iberos a los pobladores de esta zona. Ahora bien, a medida que fue avanzando el conocimiento de la Península el nombre se mantuvo en el primer sentido geográfico, Iberia, pero se aplicó el término de iberos a los pueblos costeros mediterráneos, que presentaban una cierta unidad de civilización frente a los grupos del interior y de las costas atlántica y cantábrica, a los que se dio etiqueta de celtas.
La península ibérica en torno al año 300 a. C. La península ibérica (300 a. C.)
Los romanos abandonaron el nombre de Iberia y llamaron a la Península Hispana, basándose en la palabra previamente utilizada por los fenicios —que, al parecer, quiere decir país o tierra de conejos—. Y conservaron los términos de iberios y de celtas para significar los dos grandes grupos de pueblos, tal y como habían comenzado a señalar los griegos. Estos hechos fueron conocidos por los eruditos a partir del Renacimiento cuando comenzaron a estudiarse sistemáticamente los textos históricos de la Antigüedad. Pero hasta muy entrado el s. XIX no se tuvo otro conocimiento de los pueblos hispánicos antiguos.
Los hallazgos arqueológicos de las últimas décadas del siglo pasado y los efectuados, ya de forma más científica, en el presente, nos han conducido a tener una visión mucho más sólida del panorama histórico peninsular en los siglos anteriores a la ocupación romana.
El estudio de las inscripciones y de las monedas indígenas, el descubrimiento de una serie de lugares de habitación y de enterramiento, en aumento constante por las nuevas prospecciones y excavaciones, la valoración de las diversas facetas del arte ibérico, etc., ha permitido añadir un conocimiento en profundidad de aquellos pueblos ibéricos de los que la tradición textual greco-romana solo nos ofrecía un pálido reflejo.
Ha nacido la arqueología ibérica. Como es sabido, a los restos de la cultura material correspondiente a las zonas y a la época que en las fuentes se señalan a los iberios, se la ha llamado cultura ibérica, por cierto no sin ciertas y pintorescas resistencias de algunos eruditos que intentaron imponer el nombre de hispánico.
Ahora bien, si el conocimiento de la historia de los iberios y de la estructura y de su sociedad ha avanzado un paso de gigante en menos de un siglo, quedan todavía muchos e importantes problemas sin acabar de resolver. Y, sobre todo, es verdaderamente sorprendente lo poco que el español culto acostumbra a conocer del pueblo de mayor personalidad de la Península en la antigüedad, cuando salimos del reducido grupo de los especialistas.
En general, los libros de divulgación, comenzando por gran parte de los que se estudian en los centros de enseñanza elemental o media, son de una desoladora pobreza cuando no de un radical desfase con los conocimientos actuales, por ejemplo, se acostumbra a presentar a los iberios como un pueblo invasor, que en determinado momento irrumpe en la Península con su personalidad ya formada.
Se establece un paralelismo con las invasiones indoeuropeas a través de los Pirineos, pretendiendo que los iberios representan el lado contrario, un pueblo que afluye desde África. Los celtas por el Norte y los iberios por el Sur..., ¿quién no recuerda la cantinela de sus años escolares? Sabemos poco de la formación del mundo ibérico. Pero si algo está claro es que no se trata de una invasión, sino de la formación de un complejo cultural creado por los pueblos indígenas de las zonas litorales mediterráneas bajo el influjo de los colonizadores griegos y fenicios.
Como en tantos casos en la historia ante un cambio producido en un determinado territorio, es preciso distinguir lo que es resultado de una renovación étnica, de un cambio de gentes, derivado de invasiones, de lo que es la transformación cultural. Más que un pueblo ibérico en el sentido de raza, lo que realmente existió fue una civilización, una cultura ibérica. Creada de forma similar a la que en los últimos tiempos se ha originado, por ejemplo la civilización industrial.
Cambio que no ha significado la llegada de un pueblo nuevo y distinto en ninguna parte del mundo. Contra el tan divulgado tópico, no hubo, pues, invasión africana. Sí precisamente existió un territorio que no desempeñó el menor papel en la aparición de la cultura ibérica fue el norte de África.
El único fenómeno común entre nuestros territorios y el litoral africano es que en ambos se implantaron colonias fenicias, pero mientras el estímulo derivado de ellas fue muy intenso en nuestro litoral meridional, los bereberes del Magreb lo recibieron con escaso fruto, sin que se produjera una civilización autóctona comparable a la ibérica, ni en nivel alcanzado, ni en dirección histórica.
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