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jesus vio cómo el problema de la valoración de los Evangelios, del testimonio apostólico
sobre Jesús, no sólo seguía sin resolver en los años 50 del siglo pasado, sino que
su influencia se dejaba sentir también en el pensamiento católico. La grieta entre
el Jesús de la historia y el Cristo de la fe parecía hacerse cada vez más grande.
El camino histórico-crítico, a través de R. Bultmann y de sus discípulos,
había conducido sólo a una percepción pálida e imprecisa de la figura de Jesús,
y a centrar la atención menos en el acontecimiento de su presencia histórica y
más en el proceso de la fe y del anuncio de la primera comunidad cristiana, que
constituiría lo esencial del testimonio neotestamentario y de los Evangelios
mismos14.
Parecía entonces que el proyecto liberal quedaba ya abandonado, porque
el Jesús histórico no podría nunca fundamentar la fe. Aunque, por otra parte,
tampoco resultaría posible la fe cristiana sin referencia a una intervención
divina –extra nos– en Jesús15: ¿Cómo confiar en Él la propia vida, si no está clara
su Persona y su misión histórica, si las afirmaciones sobre su divinidad y su
obra de salvación del mundo son elaboraciones posteriores de los discípulos?
¿Cómo puede resultar constitutivo del ser y de la salvación del hombre hoy?
Permanece sin respuesta suficiente el problema fundamental planteado ya
por Lessing o Kant, la puesta en cuestión la identidad histórica de Jesús y del
cristianismo a partir de una concepción determinada del hombre y de su ser en
el mundo, que no admite la posibilidad de un acontecimiento que, por
iniciativa divina, vaya más allá de las posibilidades de la sola razón16.
Más allá del proyecto científico del “Jesús histórico”, abocado a presentar
siempre una figura sólo humana de Jesús, y más allá de las propuestas de
Bultmann y de sus discípulos, la teología católica insistió siempre a este
propósito en lo indispensable del hecho histórico para ser del cristianismo, para
quien la Encarnación y de la Redención son constitutivas precisamente en
cuanto acontecimientos históricos. De ahí se sigue una justificación radical del
método histórico-crítico; pues sin ello la fe carecería de base razonable y real.
De esta manera, se puede valorar además todo el progreso alcanzado gracias a
los esfuerzos científicos de los dos últimos siglos, tanto por lo que respecta al
conocimiento de los datos históricos, como a la mejor comprensión de la
relación entre historia y teología17.
denada