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Explicación:
Las unidades morfológicas
La palabra, un concepto espinoso.
Todos los que hablamos, sabemos que hablamos por medio de palabras. Cualquiera de nosotros es capaz de dividir lo que dice en palabras independientes, lo que quiere decir que sabemos contar cuántas palabras hay en una determinada oración sin dudarlo. Ahora bien, seguro que nos ponen en un aprieto si nos piden una definición de palabra.
¿Por qué? Todos estaremos de acuerdo en que si, vienes, te y espero son palabras, porque somos capaces de dividir el enunciado si vienes, te espero en esas unidades básicas. Lo que pasa es que la cuestión se vuelve más complicada con unidades como mesa redonda, veinticuatro, etc., de las que no podemos afirmar con la misma seguridad si son palabras o grupos de palabras. A primera vista, diremos que mesa redonda se compone de dos palabras porque podemos separar mesa de redonda y el resultado mesa, unirlo a otros adjetivos: mesa cuadrada, mesa azul, etc. Esto nos plantea el problema de que al decir que en el Centro Cultural del barrio se celebra una mesa redonda, las dos palabras expresan un único concepto similar al que expresa la palabra debate. El significado de mesa redonda no es igual a la suma de los significados de sus componentes: se ha creado un nuevo elemento léxico en el que se ligan indisolublemente ambas palabras que tiene un nuevo significado. Esto es lo mismo que decir que se ha creado una nueva palabra. Si las consideramos como dos palabras es porque las escribimos separadas y porque mantienen una independencia acentual característica, pero en el diccionario deberá aparecer este conjunto con su nuevo significado.
Casos semejantes hay muchos: Veintiuno es una sola palabra. Pero treinta y uno o doscientos cincuenta y seis, ¿son una o más palabras? ¿Qué pasa con anteayer y su sinónimo antes de ayer? ¿y con porque en porque me da la gana, y para que, en para que te enteres? Podríamos aportar muchos ejemplos más.
La lingüística no ha encontrado aún una definición válida y general para el concepto de palabra, pero no es de extrañar que esto sea así: es un concepto intuitivo, de uso, no válido para el análisis tal y como hoy se plantea; ello nos deja ante el curiosísimo hecho de que esta ciencia, la lingüística, no puede definir una de sus unidades básicas.
¿Qué hacer, pues? Cuando a principios del siglo XX la lingüística se reorganiza y busca nuevos caminos, encuentra que con los nuevos conceptos que ha de manejar no hay lugar para la palabra tal y como intuitivamente la entendemos: debe encontrar una unidad que englobe tanto a mesa redonda como a azul, siempre, que, Miguel, ay, llanura, libro y librería, Y que además, es posible que también deba incluir en ese grupo a elementos tales como hetero- , —cardia, tele-, pro-,—mitir (heterosexual, taquicardia, teleférico, prometer, dimitir), etc, y busca soluciones. Vamos a ver a continuación alguna de las respuestas que ha dado.