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110 años de budismo en el Perú: Doctrina religiosa llegó con el segundo grupo de inmigrantes japoneses.
Por Daniel Goya Callirgos, Asociación Peruano Japonesa / 24 Feb 2014
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Todo libro empieza con una letra. Todo concierto con una nota musical. Todo mar con una gota de agua. La historia de la comunidad budista en el Perú no es la excepción: se inició con un viaje y una idea.
La venerable Jisen Oshiro y monjes de la comunidad budista Sotoshu en ceremonia de Urabon en el Templo Jionji de Cañete (al sur de Lima).
En medio de una calle miraflorina, a media tarde, el monje Sengen Castilla abre la puerta del templo y su sonrisa es una señal de bienvenida. Una escalera larga lleva hacia el segundo piso, donde un mural de fotografías da testimonio de lo activa que es la comunidad budista. Encuentros, paseos, reuniones. 110 años han pasado desde que el venerable Taian Ueno llegó al Perú con la misión de difundir el budismo, y es imposible no imaginar que cuando arribó lo hizo con la misma sonrisa con la que hoy Sengen Castilla recibe a sus visitas.
Venerable Taian Ueno.
Fue en 1903, en la segunda embarcación con inmigrantes japoneses, que llegó al Perú. Allí estaban Taian Ueno, de la escuela Sotoshu, y Kakunen Matsumoto y Senryu Kinoshita, de la escuela Jodo Shinshu. Los tres comenzaron a trabajar como superintendentes en haciendas agrícolas y conocieron de cerca el mundo que enfrentaban los migrantes japoneses, aquella realidad de enfermedades sin medicinas, de explotaciones, de soledad, de injusticias. Un claro ejemplo fue lo que pasó en la Hacienda Casa Blanca, donde fueron prohibidos los entierros individuales. Eran tantas las muertes que se producían cada mes que los trabajadores pasaban más tiempo en los funerales que en el trabajo. Ese escenario terminó por convencer a Masumoto y Kinoshita de regresar al Japón. Sólo Ueno se quedó para cumplir con la misión que le habían encomendado.
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Aquel que nunca ha visitado un templo budista puede tener la sensación de encontrarse en un lugar donde el orden de las cosas no solo busca la organización, sino que rescata una labor mucho más profunda, un estilo de vida, una entrega. Sengen Castilla camina con pasos calmados, como si cada uno fuera parte de un ejercicio de respiración. Un templo es, en el fondo, un refugio. Por eso, allí dentro todo parece irradiar armonía; afuera en la calle, todo parece más caótico.
“La comunidad budista en el Perú mantiene relaciones con las de otros países y siempre estamos realizando actividades dentro y fuera del templo. Lo único que tienen hacer las personas que se interesan por el budismo y la meditación es venir y aprender”, explica Castilla mientras se sienta en el piso.
En setiembre de 2013 la comunidad budista Sotoshu donó a la Asociación Peruano Japonesa una campana de la amistad.
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El primer templo budista lo construyó Ueno. Gracias a la colaboración de los migrantes japoneses y las donaciones que pudo conseguir, se inauguró el templo Nanzenji, en la provincia de Cañete, en 1907. Solo un año después el venerable Taian Ueno fundó la primera escuela peruano-japonesa de Sudamérica que comenzó a funcionar con nueve alumnos. En 1908, el tempo Nanzenji pasó a nombrarse Taihezan Jionji, luego de ser reconocido como tal por Sotoshu desde Japón. Luego de haber trabajado en la Hacienda Tumán, Ueno se dedicó a sus labores en el templo, a recibir la visita de las familias japonesas que llegaban al Perú y a la enseñanza en la escuela.
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