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En los primeros tiempos del cristianismo, los padres de la Iglesia se preguntan por la validez de la música para cantar a Dios, siendo la música, y más aun la lírica, un elemento profano. Y no sólo profano, sino también productor de placer, conducente al baile, algo que la religión cristiana ve con suspicacia. Igualmente ciertos doctores de la ley islámica se oponen a los sufíes y a los derviches danzantes, que hacen de la música una práctica que lleva a la danza y al trance. Lo que es considerado pecado por la religión. Esto llevó a la pretensión de definir las modalidades en que la música podía servir para alabar a Dios. Así San Jerónimo propone en el siglo IV un determinado canto interior frente a la música audible, una suerte de canto en silencio: “se debe cantar a Dios, no con la voz, sino con el corazón”. En la línea contraria y en el mismo tiempo San Ambrosio opta por la música y el canto, a los que atribuye “un efecto de seducción parecido a las olas del mar”. Gran escritor de himnos, usa de la música contra los arrianos, ya que según él “es tan grande el canto (carmen) que nadie se le resiste”. Entre uno y otro se ubica San Agustín, cuya juventud disipada le hace gran conocedor de los placeres y pecados. Ante la música propone la primacía de la palabra, del texto sagrado cantado frente a la música instrumental porque “cuando hay más emoción en la música que en las palabras, cometo pecado”. Tal controversia fue disminuyendo con el paso del tiempo y la fuerza de la propia música y la Iglesia terminó por aceptar el lirismo, pero siempre sometido a una estricta vigilancia, a una “moderatio” que excluye radicalmente toda forma de baile o trance “agitado”, que podría ser obra del diablo. Todavía en el siglo XIII, Jacques de Vitry escribe: “La danza es un círculo donde el diablo ocupa el centro”.Tanto en la línea de la Iglesia Católica como en el Islam, lo sospechoso es ese placer que la música proporciona y frente a ello se erige un sistema en el que la palabra determina el ritmo y se convierte en salmodia, eliminando las estridencias y buscando un tono bajo y cadencioso. En su expresión más integrista, como el Islam de tradición malequita o como el reformador protestante Zwinglio, la prohibición se hace total. En casos extremos se permite la salmodia del Corán o de los textos sagrados, pero no su acompañamiento con música. La teoría dice que la música eleva a lo divino, pero en ella hay algo sospechosamente satánico. En el drama litúrgico “Ordo virtutum” de Hildegarde von Bingen (1152) se niega toda capacidad lírica al diablo, mientras que el ser humano puede cantar a Dios. Así que Satán tiene que conformarse con pronunciar sonidos estridentes y agudos (“schrill”), completamente inarmónicos. Y ya el concilio de Laodicea (la actual Latakia en Siria) prohibe expresamente a sacerdotes y monjes desempeñar las profesiones de matemático, astrólogo y cantor.
Es en el Renacimiento donde nace lo que la Iglesia llamará “diabolus in música”. No se trata ya de que la música sea diabólica en su esencia, sino de aquellas músicas en las que se infiltra el diablo. Especialmente en aquellos sonidos discordantes o extremos, como el intervalo de cuarta aumentada o tritono, que abarca tres tonos enteros, el de armonía más dura, siendo prohibido bajo esta denominación de “diabolus in música”. La Iglesia se abre al canto, pero denuncia determinadas músicas y tonos como diabólicos, hasta nuestros días con el rock satánico.
espero que te sirva ]:3
Respuesta:
testimonio Máximo Damián Huamani
EL DEMONIO DE LA MÚSICA
Explicación:
Trata de un niño que era de la sierra que le gustaba tocar el violín pero a su papa no le gustaba ya que era oficio de borrachería.
Donde se le dice demoño a Máximo porque él tenía un talento no tan común en lo humanos.
En la historia utiliza el castellano Andino
EL DEMONIO: Es una ópera en 3 actos con música de Antón Rubinstein y libreto en ruso basado en un poema de Mijail Lermontov