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Arde en el fogón la lumbre con palidez y cenizas de vieja moribunda mientras penetra por la ventana desdentada de la vasta cocina la noche llena de murmullos lejanos. Las indias que habían venido con cargas de hacienda, dormitan acurrucadas junto al barril del agua y a la gran piedra de moler; es que amodorra al recinto el run- run del desagüe abierto por la última tempestad, y el rezongo de la chocolatera de bronce donde hierve el chocolate. De pronto, ·suena el silbato del policía que reclama el. alumbrado del zaguán. La servidumbre, sorda en el sueño, deja pasar el aviso. Sumérgete nuevamente la morada en el perezoso abandono de las noches sin luna, con aquel sopor quizá provocado por el narcotizaste abaniqueo del ramaje de un viejo eucalipto que estira su savia, con voluptuosidad retorcida, hasta más de diez metros de altura, en el jardín de la casa frontera.
Respuesta:
rde en el fogón la lumbre con palidez y cenizas de vieja moribunda mientras penetra por la ventana desdentada de la vasta cocina la noche llena de murmullos lejanos. Las indias que habían venido con cargas de hacienda, dormitan acurrucadas junto al barril del agua y a la gran piedra de moler; es que amodorra al recinto el run- run del desagüe abierto por la última tempestad, y el rezongo de la chocolatera de bronce donde hierve el chocolate. De pronto, ·suena el silbato del policía que reclama el. alumbrado del zaguán. La servidumbre, sorda en el sueño, deja pasar el aviso. Sumérgete nuevamente la morada en el perezoso abandono de las noches sin luna, con aquel sopor quizá provocado por el narcotizaste abaniqueo del ramaje de un viejo eucalipto que estira su savia, con voluptuosidad retorcida, hasta más de diez metros de altura, en el jardín de la casa frontera.
Explicación:O