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En 1925 abrió las puertas la construcción que no solo reflejara la belleza, el romanticismo y la cultura de la época, sino que se convirtiera en orgullo del puerto. Una obra con estructura neoclásica fue el resultado de la labor del arquitecto bogotano Pablo Emilio Páez. Los visitantes, que en su mayoría llegaban en tren, llevaron al punto más alto a esta maravillosa obra que en los años 30 era el escenario para grandes orquestas cubanas e interminables bailes a ritmo de mambo, jazz y blues. En los 60, el hotel debió cerrar sus puertas debido a la disminución de la actividad en el puerto, pero dos décadas después fue recuperado y hoy continúa siendo el centro de reunión de la región, y uno de los patrimonios más representativos del país. Cuenta con 75 habitaciones.
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