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El final de la Segunda Guerra Mundial, además de la derrota y desaparición de los regímenes fascistas, supuso un renacimiento y potenciación de los movimientos nacionalistas e independentistas que, sobre todo en Asia y África, intentaban emanciparse de sus antiguas metrópolis, iniciándose así el fin de los imperios coloniales surgidos y consolidados desde mediados del siglo XIX. Empezaba el proceso descolonizador que en el plazo de unos años y no sin dificultades consagró la aparición e independencia de nuevos Estados. El Reino Unido, Francia, Holanda y Bélgica debieron asumir esa pérdida, unas veces a través de un proceso pacífico y otras, salida inevitable de duros y sangrientos conflictos armados.
Los nuevos países que accedían a la independencia conocieron en su primera andadura dificultades de todo tipo, derivadas de la singularidad de su proceso colonizador y de su posterior evolución. Nacidos a la vida política en el marco del sistema democrático, propio de sus metrópolis, la falta de una clase dirigente experta y preparada, las dificultades económicas, las diferencias étnicas y territoriales y la permanente presencia e intervención militar contribuyeron al fracaso de la experiencia, con alguna notable excepción.
Y a los pocos años de la independencia se pudo comprobar que las antiguas potencias colonizadoras seguían controlando el país y, en especial, su economía, no ya de forma directa y declarada como antes, sino a través de élites locales o de otros mecanismos que les permitían el control y la explotación de sus recursos naturales y de las materias primas de la antigua colonia y la obtención de pingües beneficios. Por ello se empezó a hablar de NEOCOLONIALISMO.
Y casi cuarenta años después su espectro retorna de nuevo bajo otras formas y con otros medios. Una de las grandes batallas de los años venideros será asegurar la alimentación de la población, sobre todo en aquellos países superpoblados como China o Corea del Sur, o que tienen un territorio o recursos limitados como los Emiratos Arabes o Arabia Saudí. De ahí que los países afectados se hayan lanzado a la compra o al arrendamiento de inmensas propiedades destinadas a la explotación agrícola con el doble fin de asegurar la alimentación de sus poblaciones y la producción de agrocaburantes. Ejemplo paradigmático de esta nueva situación es la cesión gratuita a la compañía coreana Daewoo Logistics de la mitad de las tierras cultivables de Madagascar. Y el mismo fenómeno se está produciendo en otros países como Sudán, Uganda y Kenia y, en menor medida Brasil y Argentina.
Las consecuencias de este colonialismo verde son imprevisibles y dependerán de la forma y del contenido de los acuerdos, sobre todo en sus repercusiones para la población nativa. Es necesario recordar la vinculación existente en estos países entre el hombre y la tierra, al ser la explotación agrícola esencialmente familiar. Si a ello se añade la falta de titulación documentadora de la propiedad, podrían generarse situaciones de privación de ésta y desplazamiento de las poblaciones de su habitat natural. Una vez más perderían los de siempre y para que ello no suceda se deberían extraer de la Historia las lecciones oportunas.
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