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Hace más de diez años, junto a Ricardo Pereira, su esposo y mánager, empezaron a convertir este antiguo establo en su casa, su estudio, su centro cultural y su escuela de música. Hace cuatro, finalmente, se mudaron aquí, al distrito de Santa Bárbara, en la provincia de Cañete, a 136 kilómetros de la ciudad de Lima. Desde entonces, todos los días, a la hora del almuerzo, Susana –Susanita, como le dicen en casa– lucha contra las moscas sin perder la sonrisa.
Susana Baca es un símbolo de la música afroperuana a nivel mundial. Cuando lo logró ya había cumplido cincuenta años y se había dedicado por mucho tiempo a ser profesora. Pero, por más que se hicieran esperar, la decisión de apostar por su canto obtuvo resultados. En el año 2002 ganó su primer Grammy Latino por el disco Lamento negro y en el 2011, el segundo, por su colaboración con Calle 13 en la célebre canción “Latinoamérica”. Sus discos han sido celebrados por medios como The New York Times, Le Monde, Rolling Stone, Billboard, Jazz Times y New Yorker, entre otros. Ha cantado junto a Totó la Momposina, Pedro Aznar, Caetano Veloso, Mercedes Sosa, Aterciopelados, Argelia Fragoso, Lila Downs, Nano Stern y Snarky Puppy.
Sentada en el suelo de su nuevo estudio sostiene entre sus manos un poemario. Luce un vestido negro de verano, un chal blanco sobre los hombros y un collar de piedras rojas. Y Susana empieza a cantar: “Cooomo se ocuuultaaa…”. Al terminar la primera frase la acompañan, suave y lentamente, una guitarra, un bajo y una marimba.
La atmósfera solo puede ser descrita como “la noble paz del amor y de los atardeceres” que evoca el poema que hoy ensaya. Pero Susana no está convencida. “Mmm…”, aprieta los labios. Su punto de comparación es aún más delicado. Una de las primeras veces que cantó esos versos lo hizo a capela para una grabación casera que, muy sutilmente, registró también su mundo más personal: los sonidos de los animales y el mar que rodeaban su casa.
Su entusiasmo cotidiano contrasta muchas veces –quizá la mayoría– con las letras que canta. La música –señala constantemente– le ha curado las heridas más profundas. No es casualidad que su primer disco premiado se llame Lamento negro y que la canción homónima sea una especie de síntesis del discurso que atraviesa sus doce discos. En cuatro minutos se sufre la condena negra de la esclavitud con una guitarra lastimera y se festeja el grito de la revolución con cajones y vientos.
Baca