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Allá por el medio día, cuando al sol se le ocurre poner candente al clima, observo las muchas casas y pocos árboles, donde la urbe se abrió campo, donde la gente respira humo sin aire, ahí mismo, dos palomas capitalinas sobre el tejado, una de ellas cortejando a su pareja, con el típico sonido de palomo enamorado, el protagonista, descendió del techo con un vuelo improvisto, como queriendo impresionar a su pareja, voló majestuosamente al suelo y haciendo una especie de danza, zurea, agacha y levanta la cabeza, picoteando migajas en medio de la calle, donde los autos se asoman de vez en cuando, el turno era de un camión recolector de basura que hizo su aparición repentinamente , el palomo quedó debajo del pesado automotor, aleteaba buscando volar, buscando escapar, buscando sentirse libre, pero quedó atrapado, cerré los ojos como queriendo adivinar la libertad de ave, oí un estrépito y el morbo me ganó, abrí nuevamente los ojos para ver lo que pasaba, el camión se alejaba, el viento soplaba y unas plumas quedaron haciendo un remolino donde quedó la estampa del palomo, la gente pasaba, miraba sin mirar, sin importar lo acontecido, en fin y al cabo, es una rutina del transitar, del ir y venir del día.
En el tejado, una paloma también fue testigo de lo que mis ojos vieron, agudizaba su mirada hacia el pavimento extrañaba el cortejo, que nunca fue terminado, daba vueltas, gorjeaba en el techo, pero se cansó de esperar para escuchar el arrullo, se marchó sola, desapareciendo entre los edificios y el contaminado cielo de la urbe, dejando al palomo sin alma, mientras que yo meditaba. . . el último vuelo.
no se que pasó , ni que sucedió solo se que usted se convirtió en mi sol en mis días, mi Luna en las noches