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Cuando en agosto de 1914 el Imperio Alemán invadió Luxemburgo y Bélgica, iniciando las acciones ofensivas en una guerra entre potencias europeas que pronto se haría mundial, Argentina era apenas un lejano país rico con una enorme presencia de inmigrantes.
Según datos del censo realizado ese mismo año, cerca del 30% de la población de Argentina, 7.885.237 personas en total, estaba compuesta por inmigrantes nacidos en el extranjero, en su mayoría provenientes de Europa y aún más de Italia y España. En el caso de la ciudad de Buenos Aires, el número superaba el 60% de la población, y en Rosario llegaba al 47 por ciento.
La guerra no pasó inadvertida en un país aún en construcción y poblado en gran parte por europeos e hijos de europeos, que siguieron de cerca los acontecimientos y que, en algunos casos, incluso se embarcaron para volver al viejo continente y pelear en las trincheras, en el mar y en el aire, tanto en las naciones de la Triple Entente (Francia, Reino Unido, Rusia y luego Italia) como en las Potencias Centrales (Alemania, Austro-Hungría y luego el Imperio Otomano).
Se estima que cerca de 43.000 argentinos viajaron al infierno de la guerra en Europa
Se estima que cerca de 43.000 argentinos viajaron al infierno de la guerra en Europa
Pero durante los más de cuatro años de guerra, Argentina mantuvo una estricta neutralidad que atravesó a tres presidencias (Roque Sáenz Peña, Victorino de la Plaza e Hipólito Yrigoyen) e intentó comerciar con ambas partes, al mismo tiempo cuidando que las tensiones nacionales no se reprodujeran entre sus muchas colectividades y resistiendo a presiones británicas y submarinos alemanes.