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Muchos piensan que la filosofía no sirve para nada y que, por extensión, las teorías están superadas por la realidad. Hoy mandan las tecnologías –dicen-; por lo tanto es la hora de la práctica. A continuación una propuesta para reivindicar la filosofía. La modernidad es hija de las tecnologías, se ha dicho. Y no les falta razones, a quienes proponen la ‘muerte’ de la filosofía, en aras del bienestar que ofrece la nueva diosa de la sociedad –las tecnologías de información y comunicación- que han inundado todos nuestros escenarios. Y sin habernos dado cuenta ya estamos virtualmente –virtual y literalmente- atrapados por ella. • No hay técnica sin teoría El mundo se ha convertido en un espectáculo, advierte Vargas Llosa. Todo tiene que ser visto y oído al instante, por todas las personas, en cualquier lugar del orbe. Lo práctico, lo emotivo, lo lúdico, lo espectacular se han hecho entonces la regla, amplificadas por los medios de comunicación que avanzan imparables gracias a las nuevas tecnologías. Así, muchas personas –con razón o sin ella- proclaman a la técnica y las tecnologías, como si ellas fueran el único referente del progreso y del cambio. ¡Cuán errados están! Es que no hay técnica sin teoría. La técnica, en efecto, es el conocimiento aplicado, es el valor agregado o añadido; es el conjunto de herramientas, métodos, sistemas y procedimientos que hacen posible la elaboración de un producto o un servicio. En otras palabras, las diferentes técnicas y tecnologías serían inadmisibles sin el concurso de la filosofía que, supuestamente, según varios eruditos, se ha ‘licuado’ en beneficio del confort y la mercancía. Y la filosofía es la madre de todas las ciencias. • Filosofía es más que pensar ¿Qué es, entonces, la filosofía? Para responder a esta pregunta hay que acudir a los griegos, quienes generaron pensamiento crítico, crearon proposiciones lógicas y contribuyeron para que la vida sea entendida, practicada y ordenada a fines superiores. Y no estamos hablando de religión, sino de juicios que nos permiten reflexionar sobre ciertas interrogantes relacionadas con el ser, la felicidad, la vida y su sentido último. La Filosofía está reconocida como una ciencia y un arte. Ciencia cuyo valor más alto, según Aristóteles, es la sabiduría. En su escala, Aristóteles establece precisamente algunos pasos, desde lo más elemental e instintivo –los sentidos y percepciones-, pasando por la experiencia o empiria, la frónesis y el ámbito moral, la lógica o la ciencia del juicio verdadero y el episteme o ciencia, hasta desembocar en lo dicho: el sofos o la sabiduría. Y la Filosofía es arte, en tanto explica las armonías de la naturaleza, la estética y los cambios que se producen. • Sócrates en escena Se sostiene que la tradición socrática se fundamenta en tres ejes inseparables, según Jules Evans, en el libro ‘Filosofía para la vida y otras situaciones peligrosas’: ‘1) Los seres humanos pueden conocerse a sí mismos. Podemos usar la razón para analizar nuestras creencias y valores inconscientes; 2) Los seres humanos pueden cambiarse a sí mismos. Podemos usar nuestra razón para cambiar nuestras creencias, lo cual cambiará nuestras emociones, ya que estas derivan de las creencias; y 3) Los seres humanos pueden crear conscientemente hábitos de pensamiento, sentimientos y acción’. Y una consecuencia obvia de los mencionados ejes es un cuarto, que motiva este artículo: ‘si seguimos la filosofía como forma de vida, podremos vivir con más plenitud’. • Plenitud ¿Qué quiere decir esto? No es fácil una respuesta general, pero sí una aproximación, de acuerdo, claro está, a nuestra propia experiencia. La idea central es ‘conocerse a sí mismo’, como punto de partida. ‘Una vida sin examen no merece ser vivida’, dijo Sócrates. En segundo lugar, que el cambio no depende esencialmente de otros, sino de sí mismos, que se complementa con la siguiente reflexión: ‘Si no sabes quién eres y a dónde vas, serás lo que no quieres ser e irás a cualquier parte’, como sostiene Octavio Paz. Y en cuanto a la plenitud, ¿tenemos claro qué es lo pleno? ¿Aquello que nos ‘llena’ de felicidad? ¿Es el dinero? ¿O el afecto? ¿Su familia, sus hijos? ¿Tiene una meta como razón de vivir? ¿Quiere ser saludable, saber que está vivo, amar y ser amado? Hay, pues, muchas respuestas y nuevas preguntas: ¿Quién soy? ¿Qué hago? ¿Por qué soy el que soy? ¿Por qué vivo así? ¿Es que espero un milagro, un golpe de suerte o alguien que haga algo por mí? Pensar –de la mano de la filosofía- es el comienzo. Porque las soluciones están en usted mismo. Disculpen: ya me puse trascendental.