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Hace muchos años existió, entre los pueblos comarcanos en torno a la zona lacustre de la Laguna de Zapotlán, una mujer, bella y joven, capaz de curar cualquier enfermedad, su nombre: Tzapotlatena.
Ella era nieta de una de las damas más viejas y respetadas del pueblo de Tlayolan, la tierra del maíz, ubicado junto al cerro del Sochule y, por lo mismo, era bien vista.
Tzapotlatena era una mujer virtuosa, poseedora de poderes sobrenaturales, y gran conocedora de los beneficios curativos de las plantas, muy abundantes en el valle y montañas del entorno.
Un día, mientras estaba en el campo observando las plantas, un niño presuroso fue a su encuentro y le dijo que su madre gritaba y sufría mucho, y que su hermanito no podía salir de su “panza”.
Tzapotlatena fue rápido a donde la señora; al verla en tan mal estado, no sabía qué hacer, no le funcionaba nada. En su desesperación, mandó que trajeran una buen cantidad de resina (en aquel tiempo el valle era abundante en pinos), practicó unos emplastos y los depositó en el estómago de la señora. El dolor fue cediendo y el niño pudo nacer sano y salvo.
La joven Tzapotlatena estaba sorprendida por los poderes curativos de los emplastos de resina, y lo empezó a practicar con cuanta parturienta lo necesitara. Y, además, también practicaba emplastos de resinas con otras peligrosas y variadas enfermedades, siempre resultando exitosa.
Pero llegó un fatal día. Tzapotlatena cayó gravemente enferma al ser picada por una serpiente. A pesar de que se le aplicaron los emplastos de resina, según su procedimiento, no reaccionó. Y ella, que había curado a tanta gente no podía curarse a sí misma.
Pasaron los días, y ella cada vez más pálida y delgada, y poco a poco su vida se fue extinguiendo, hasta que murió.
Fue sepultada con todos los honores, como si hubiera sido una princesa de gran estirpe, e inmediatamente fue elevada a la categoría de deidad, a quien se le invocaba cuando había algún enfermo en la población.
Tzapotlatena se convirtió en la Diosa de los Curanderos, a quien se le debe el gran legado del arte de curar mediante la aplicación de los emplastos de resina.
Por ser tan condescendiente hacia con quienes la invocaban, muy pronto se extendió su fama en toda la región, desde el Reino de Mechoacán hasta el Reino Cazcan; y Tlayolan, por ser el centro de devoción, fue empezado a conocer como Tlayolan-Tzapotlan: lugar de mucho maíz y lugar sagrado dedicado a la Diosa Tzapotlatena o Tzapotlatenenzin; aspecto que corroboró, muchos años después, el gran sabio y científico zapotlense don José María Arreola Mendoza, al determinar que Zapotlán debe su nombre a Tzapotlatena y no al árbol de zapote, como se ha creído.
Ella era nieta de una de las damas más viejas y respetadas del pueblo de Tlayolan, la tierra del maíz, ubicado junto al cerro del Sochule y, por lo mismo, era bien vista.
Tzapotlatena era una mujer virtuosa, poseedora de poderes sobrenaturales, y gran conocedora de los beneficios curativos de las plantas, muy abundantes en el valle y montañas del entorno.
Un día, mientras estaba en el campo observando las plantas, un niño presuroso fue a su encuentro y le dijo que su madre gritaba y sufría mucho, y que su hermanito no podía salir de su “panza”.
Tzapotlatena fue rápido a donde la señora; al verla en tan mal estado, no sabía qué hacer, no le funcionaba nada. En su desesperación, mandó que trajeran una buen cantidad de resina (en aquel tiempo el valle era abundante en pinos), practicó unos emplastos y los depositó en el estómago de la señora. El dolor fue cediendo y el niño pudo nacer sano y salvo.
La joven Tzapotlatena estaba sorprendida por los poderes curativos de los emplastos de resina, y lo empezó a practicar con cuanta parturienta lo necesitara. Y, además, también practicaba emplastos de resinas con otras peligrosas y variadas enfermedades, siempre resultando exitosa.
Pero llegó un fatal día. Tzapotlatena cayó gravemente enferma al ser picada por una serpiente. A pesar de que se le aplicaron los emplastos de resina, según su procedimiento, no reaccionó. Y ella, que había curado a tanta gente no podía curarse a sí misma.
Pasaron los días, y ella cada vez más pálida y delgada, y poco a poco su vida se fue extinguiendo, hasta que murió.
Fue sepultada con todos los honores, como si hubiera sido una princesa de gran estirpe, e inmediatamente fue elevada a la categoría de deidad, a quien se le invocaba cuando había algún enfermo en la población.
Tzapotlatena se convirtió en la Diosa de los Curanderos, a quien se le debe el gran legado del arte de curar mediante la aplicación de los emplastos de resina.
Por ser tan condescendiente hacia con quienes la invocaban, muy pronto se extendió su fama en toda la región, desde el Reino de Mechoacán hasta el Reino Cazcan; y Tlayolan, por ser el centro de devoción, fue empezado a conocer como Tlayolan-Tzapotlan: lugar de mucho maíz y lugar sagrado dedicado a la Diosa Tzapotlatena o Tzapotlatenenzin; aspecto que corroboró, muchos años después, el gran sabio y científico zapotlense don José María Arreola Mendoza, al determinar que Zapotlán debe su nombre a Tzapotlatena y no al árbol de zapote, como se ha creído.
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