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Me alegra que el término cada vez se divulgue más, y cada vez llegue a más gente, y que cada vez a más gente le resulte menos rara la palabrita, pero si se divulga erróneamente, flaco favor hacemos. Ya lo decía Emmy Werner -esa señora por la que apuesto que sólo conocen el 20% de los que hablan de resiliencia- en su entrevista para el SRCD: “Lo que me preocupa ahora es el equivalente, la”resiliencia” o lo que sea ha alcanzado un nivel en el que todos se suben al carro, y en lo que a mí respecta, ellos podrían acabar así con la palabra. Esto no hace ningún daño a mi autoestima, pero se ha convertido en algo sobreutilizado.” (pág. 32)
Efectivamente, se está sobreutilizando. O al menos esta es mi opinión, y ya la he compartido en algún que otro post. Se está cayendo en la trampa de equivocar optimismo con resiliencia. No son sinónimos. Aceptamos optimismo como parte de ella, pero no como su igual, ya digo, como su sinónimo. No me puedes hablar de resiliencia (vamos, por poder puedes, pero no estaré de acuerdo contigo) ejemplificándola en una afición que apoya a muerte a su equipo. No me puedes hablar de resiliencia porque no llores si se te rompe una uña. Señores, lo decía Cyrulnik, dificultades pasamos y superamos absolutamente todos los seres vivos del mundo. Por el trauma, no. Y para mí, al menos para mí, hablar de resiliencia es suponer la existencia de un hecho traumático. Bien es cierto que también creo que podemos trabajarla, construir nuestro bote salvavidas por si el iceberg Trauma hace que nos vayamos a pique. Y si no nos cruzamos con él, mejor. Pero dar por hecho que todos los que sortean cubitos de hielo están poniendo en práctica la resiliencia, me parece ya hasta una falta de respeto a todos los que sí hemos chocado alguna vez. Así que no, lo dije y lo repito, no es resiliencia todo lo que reluce.