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El 4 de agosto de 1819 se libró en Charalá un enfrentamiento entre campesinos y tropas españolas, que le dio un giro a la Batalla de Boyacá tres días después y que permitió que la independencia de Colombia fuera un hecho. Los charaleños llevan años intentando un lugar especial en los textos de historia del país.
El combate que permitió la Independencia p de Colombia se dio en Charalá, Santander (Foto: Suministrada/VANGUARDIA LIBERAL)
El combate que permitió la Independencia p de Colombia se dio en Charalá, Santander (Foto: Suministrada/VANGUARDIA LIBERAL)
Puños, piedras, mazos, machetes, garrotes y todo elemento que se atravesara, capaz de dar de baja a cualquier español, fueron las armas que utilizaron los campesinos de Charalá el 4 de agosto de 1819, en un intento por frenar las tropas españolas que se dirigían a enfrentarse al ejército del general Simón Bolívar en el Puente de Boyacá.
La valiente iniciativa frustró la llegada de un pelotón de más de 800 hombres comandados por el coronel Lucas González (considerado uno de los militares españoles más sanguinarios de la época) a Tunja, donde reforzaría el ejército del coronel José María Barreiro, quien los esperaba impaciente, pues días antes había tenido muchas bajas en la batalla del Pantano de Vargas. Más de 300 hombres, mujeres y niños murieron durante los tres días de la batalla.
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Charalá y su ejército campesino cayó en manos españolas, sí, pero el coronel González no pudo cumplir su cita con Barreiro y gracias a eso, el 7 de agosto el libertador Simón Bolívar salió victorioso. Así fue la Batalla del Pienta en Charalá, esa que ha sido olvidada por la historia, pero que los charaleños recuerdan cada 4 de agosto
Antecedentes
El 28 de julio de 1819 Antonia Santos, una de las heroínas de la Independencia de Colombia que se unió a la causa de Simón Bolívar y fue creadora de las guerrillas de Coromoro y Cincelada, fue fusilada en la plaza pública de Socorro por orden del coronel español Lucas González.
González, quien había sido nombrado recientemente jefe militar de la Provincia del Socorro con el fin de atacar las guerrillas de esta región, que estaban más avivadas después del triunfo del ejército de Simón Bolívar en la Batalla del Pantano de Vargas el 25 de julio, pensó que la muerte de Antonia Santos mantendría a los revoltosos asustados y en orden. Sin embargo, se equivocó.
Después del fusilamiento, González y su tropa partieron rumbo a Tunja para reunirse con el coronel José María Barreiro, quien tras haber perdido en El Pantano había pedido refuerzos. Apenas en Oiba, a Lucas González le llegó la noticia de que Charalá había sido tomado por la guerrilla de Coromoro en coordinación con la local y entonces decidió devolverse.
En el pueblo, mientras tanto, los charaleños y coromoreños revolucionarios que se habían tomado el lugar, destituyeron al alcalde y demás autoridades españolas, los apresaron y nombraron a Ramón Santos como su primer alcalde popular. Toda la gente de la región empezó a ser convocada. Se reunieron poco más de tres mil personas entre campesinos, comerciantes, personajes influyentes de Charalá y residentes de los pueblos cercanos de Ocamonte, Cincelada, Coromoro, Riachuelo y Encino.
Al mando de Fernando Santos, hermano de Antonia, se conformaron seis milicias según su origen, cada una de 500 hombres más o menos. Se crearon banderas para cada grupo y se aleccionaron para enfrentar a los españoles. Todo en menos de una semana.
La batalla
La noche del 3 de agosto, el coronel Lucas González ya estaba en el puente de Charalá sobre el río Pienta. Sus soldados se escondieron sobre los montes y las barricadas ubicadas por los charaleños días atrás. Las tropas revolucionarias de la región, en su mayoría sin entrenamiento militar, se ubicaron en distintas posiciones, con un pañuelo rojo amarrado al cuello o a la mano derecha y con más valor que armas.
Al amanecer, el 4 de agosto, se enfrentaron. La Milicia de Coromoro, que se lanzó sobre el puente enfrentando a los españoles, fue la primera en perder parte de la tropa. Hombres y mujeres lanzaban piedras y otros objetos, disparaban con escopetas y arcos artesanales. Primero en medio del río y encima del puente, y luego desde los balcones y techos de las casas del pueblo. Pero no fue suficiente y los neogranadinos caían por doquier.En el pueblo solo se escuchaban gritos y llantos desgarradores.
A pesar de eso, las guerrillas patriotas no dejaron de enfrentar a los españoles y con los pocos hombres que quedaban, permanecieron en batalla hasta el 7 de agosto, cuando el coronel Lucas González, viendo que los muertos se contaban por cientos, se retiró y dio la orden de no enterrar a ninguno para que sirviera de escarmiento a los que siguieran empecinados en sublevarse.