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Los antibióticos son medicamentos utilizados para tratar padecimientos ocasionados por diversas clases de bacterias, ya sea matándolas o deteniendo su reproducción. Neumonía por neumococos, tuberculosis, sífilis, cólera, salmonelosis, gonorrea, entre muchas otras, son enfermedades causadas por bacterias.
La resistencia antimicrobiana es la capacidad de las bacterias para soportar el efecto de los antibióticos sobre ellas. Las bacterias que originalmente eran vulnerables al efecto de un medicamento antimicrobiano y que posteriormente no lo son, se consideran bacterias farmacorresistentes.
Las bacterias sensibles a un determinado antibiótico pueden volverse resistentes por una mutación en sus genes o por la adquisición de genes de resistencia presentes en otro microorganismo. Este es un proceso natural, que ha ido sucediendo desde hace mucho tiempo. No obstante, el uso de los antibióticos –y sobre todo su uso indiscriminado– ha acelerado este proceso.
Cuando se utilizan antibióticos para tratar enfermedades, estos medicamentos no sólo atacan a las bacterias que causan esa enfermedad, sino que afectan a muchas otras presentes en el organismo que son sensibles a los antibióticos usados. Esto conlleva a una especie de “selección”, y permite que las bacterias resistentes proliferen, incrementando el riesgo de que el paciente padezca una infección resistente en el futuro. A su vez, las bacterias resistentes pueden transmitirse de persona a persona, a través del agua, de los alimentos, lo que conlleva un riesgo no sólo a nivel individual sino poblacional. El abuso en el uso de los antibióticos tanto en las personas como en la ganadería ha propiciado un aumento incesante en la cantidad y diversidad de bacterias resistentes a estos medicamentos, de ahí la importancia de usar los antibióticos racionalmente.