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Leyendo los Hechos de los Apóstoles y las cartas de Pablo, me di cuenta de que Pablo se dedicó a predicar e introducir el cristianismo en diversas regiones; mientras tanto, casi no se hace mención de Pedro. Incluso se nota que Pablo era mucho más apasionado y creyente en Cristo, aún cuando nunca lo conoció. Pedro se concentra más en predicar a los judíos, mientras Pablo -que parece haber captado mejor el mensaje- entiende que el mensaje de Cristo no era sólo para el pueblo judío, sino para todos.
¿Por qué, entonces, si podemos decir con certeza que sin Pablo el mensaje cristiano iba destinado a quedar en el olvido o en el mejor de los casos a convertirse en una de muchas de las sectas de la época, tiene más relevancia Pedro, considerado el primer Papa, pasando Pablo a ser una figura secundaria?
Respuesta:
En cierto modo todos los pecadores se parecen, pero los santos son muy diferentes unos de otros, debido a sus diferentes dones y carismas; pero no por esto todos ellos dejan de ser santos y de trabajar unidos para el bien de la Iglesia, es decir para la gloria de Dios y la salvación de los hombres.
Los pensamientos de Dios van mucho más allá de los pensamientos de los hombres. Jesús, la Palabra de Dios hecha carne, eligió a Pedro como Cabeza de Su Iglesia, le prometió que los poderes del infierno no prevalecerán contra Ella, le dio las llaves del Reino de los Cielos y el poder de “atar y desatar”. Por un lado, ¿quiénes somos nosotros para cuestionar esa elección de Jesucristo?; por otro lado, vistas las consecuencias, resulta claro que fue una excelente elección.
Pedro no era menos creyente que Pablo, aunque es cierto que Pablo fue un teólogo más profundo y un evangelizador más audaz. Pero el Papa y los Obispos no tienen por qué ser los mejores cristianos de su tiempo o de su comarca en todos los sentidos posibles. Como suele decir el Arzobispo de Montevideo (Mons. Nicolás Cotugno SDB), los Pastores de la Iglesia no tienen la síntesis de los carismas, sino el carisma de la síntesis, para guiar al Pueblo de Dios.
No fue Pablo, sino Pedro, el primero que admitió a los gentiles en la Iglesia (cf. Hechos 10: Cornelio y su familia). Fue Pedro quien decidió la discusión del Concilio de Jerusalén a favor de la tesis de Pablo y Bernabé sobre la no necesidad de exigir el cumplimiento de todas las normas y ritos judíos a los cristianos de origen pagano (cf. Hechos 15). Los Hechos de los Apóstoles aluden apenas al apostolado de Pedro entre los paganos de Antioquía y no refieren su apostolado en Roma, porque su autor (Lucas) fue siguiendo el rastro de Pablo, a quien conoció y trató de cerca.
San Pedro y San Pablo, unidos en Cristo hasta el fin, murieron mártires en Roma, ambos víctimas de la misma persecución de los cristianos impulsada por el emperador Nerón.