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Una enfermedad se considera controlada cuando, por medio de una política pública, se consigue limitar la circulación del agente infeccioso por debajo del nivel en que se mantendría si los individuos actuaran por su cuenta para controlar la enfermedad. Una enfermedad se considera eliminada cuando se controla suficientemente para evitar que se declare una epidemia en una determinada zona geográfica. El control y la eliminación se consiguen a nivel local, mientras que para hablar de erradicación de la enfermedad hay que haberla eliminado en todas partes. La erradicación es claramente una meta más exigente, pero presenta dos ventajas respecto al control. Primero, la rentabilidad de la erradicación puede ser muy importante si ésta no solo reduce las infecciones sino que además evita la necesidad de nuevas vacunaciones en el futuro. En efecto, cuando la erradicación es factible, compensa controlar la infección para reducirla a un nivel bastante bajo o erradicarla. Esto lleva a pensar que, desde una perspectiva económica, las enfermedades que se han eliminado en los países de ingresos altos son las principales candidatas para los futuros esfuerzos de erradicación. Segundo, los incentivos para que los países participen en una iniciativa de erradicación pueden ser muy poderosos; de hecho, pueden ser más poderosos que en el caso de un programa internacional de control. Además, los países de ingresos altos suelen beneficiarse tanto de ello que estarán dispuestos a financiar la eliminación en los países en desarrollo. La plena financiación de los esfuerzos de erradicación por los Estados-nación no siempre está garantizada, pero puede verse facilitada por diversos medios. En consecuencia, desde la perspectiva de la rentabilidad y de las relaciones internacionales, la erradicación tiene varias ventajas sobre el control. Se examinan las implicaciones para los programas de erradicación de la viruela y de la poliomielitis.
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