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¨ SÁCALE UN RESUMEN
Al enfrentarnos a un estudio comparativo entre los planteamientos goetheanos y las propuestas de Borges surgen inmediatamente las conexiones entre ambas filosofías, al mismo tiempo que se actualiza la duda en torno al término filósofo aplicado a uno u otro de ellos.
Ciertamente, es necesario reconocer la condición independiente de pensamiento que caracterizó a Goethe durante toda su vida. Esto no significa que desconociera la filosofía de sus contemporáneos y que dejara de lado las tendencias que desde Grecia, primordialmente, influían en el pensamiento del siglo XVIII alemán.
Hombre de su época, incansable estudioso de todas las disciplinas, se caracterizó en lo individual por una entrega abiertamente optimista, basada en la lucha continua. Pero, conocedor de los posibles e inevitables fracasos del hombre, nunca se dejó derrotar por ellos, y ese marcado dinamismo de la acción febril es rasgo distintivo de su persona.
Lo dicho anteriormente no excluye los momentos de desazón y de descorazonado escepticismo; pero supo encontrar siempre nuevos caminos. Un don de gente característico de Goethe lo llevó a viajar por numerosas ciudades y a relacionarse, mediante una amistad profunda, con hombres de la talla de Juan Gaspar Lavater, Friedrich Jacobi y posteriormente con el poeta filósofo Friedrich Schiller. Cada uno de ellos, por mencionar sólo estos tres primeros -fueron muchos más-, dejaron una huella en la sensibilidad creadora del autor, o por lo menos una marcada inquietud.
Si nos detenemos a reflexionar tan sólo un momento en torno a los aspectos señalados hasta aquí, creo que surge de manera inevitable la comparación entre el alemán y el narrador argentino de tan conocida trayectoria en nuestro continente.
En primer término, Borges también es un hombre de pensamiento independiente que prefiere la libertad de la reflexión antes que los duros esquemas que el conocimiento racional le pudiera exigir y aplicar. Él también lee y toma contacto con la obra de sus contemporáneos y, sobre todas las cosas, se manifiesta en todo momento como un espíritu abierto al mundo de la Antigüedad y sus valores. Si pudiéramos acercarnos a una axiología borgesiana, estaríamos en condiciones de señalar que la propuesta de Jorge Luis Borges tiene mucho que ver con el mundo Antiguo y nunca pierde de vista las imágenes y contextualizaciones que este mismo universo le proporciona.
Asimismo, sostenemos que poeta1 y filósofo no son términos excluyentes, sino que pueden resultar perfectamente complementarios.
Goethe no llegó a crear un sistema filosófico -como tampoco lo hizo Borges-, no inauguró ninguna escuela, pero su vida refleja a cada instante no sólo influencias de los grandes pensadores de su época y de sus antecesores, sino también -y es lo más importante-, una asimilación de este pensamiento que se reflejó en su existencia y en su obra. La tarea crítica consiste precisamente en desentrañar la filosofía goetheana, en descubrir la lucha incesante de este hombre por hacer mejores a sus congéneres, por encontrar la verdad, y todo esto partiendo de un profundo respeto ante personalidades como Spinoza, Pascal, Bruno, Herder, Wolf, Kant... Y digo profundo respeto, porque no siempre estuvo de acuerdo con los planteamientos de cada uno de los nombrados, sino que muchas veces discrepó con ellos; el éxito en la lectura y asimilación de distintos pensadores fue llevado a cabo con el equilibrio del genio y con la mesura de quien busca respuestas y sabe qué propuestas debe rechazar y cuáles aceptar.
Paralelamente, la forma de asimilación del pensamiento filosófico se presentó sui generis en Goethe. A lo largo de sus obras, y concretamente en el Fausto -motivo particular de análisis en el presente trabajo-, notamos sus propuestas filosóficas, su postura frente al mundo y por momentos nos sentimos inclinados a llamarle spinozista, panteísta o kantiano en algún sentido, para concluir que los esquemas cerrados no se inventaron para hombres como Goethe: él no corresponde a ningún sistema específico, pero es subsidiario de muchos; en los diferentes momentos de su vida; su pasión lo llevó de pronto al estudio de un filósofo, adoptó algunas de sus propuestas, lo abandonó después para interesarse por otro, en fin, llegó a retornar en su vejez planteamientos de la juventud; pero siempre lo hizo con ese afán de búsqueda que lo diferenció notablemente en su momento.
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