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En el siglo XVI se produjo una gran crisis en la Iglesia católica, en Europa Occidental debido a numerosas acusaciones de corrupción eclesiástica y falta de piedad religiosa. Fue la venta de indulgencias para financiar la construcción de la Basílica de San Pedro en Roma, lo que dio inicio a la Reforma protestante, la cual provocaría finalmente que la cristiandad occidental se dividiese en dos, una liderada por la Iglesia católica, que tras el Concilio de Trento se reivindicó a sí misma como la verdadera heredera de la cristiandad occidental, expulsando cualquier disidencia y sujetándose a la jurisdicción del papa, y otra mitad que fundó varias comunidades eclesiales propias, generalmente de carácter nacional para, en su mayoría, rechazar la herencia cristiana medieval y buscar la restauración de un cristianismo primitivo idealizado. Esto dio lugar a que Europa quedara dividida entre una serie de países que reconocían al papa, como máximo pontífice de la Iglesia católica, y los países que rechazaban la teología católica y la autoridad de Roma y que recibieron el nombre común de protestantes. Dicha división provocó una serie de guerras religiosas en Europa.