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Una vez contrastada la existencia de un nuevo elemento por la Unión Internacional de Química pura y aplicada (IUPAC), ésta invita a sus descubridores a proponer un nombre basado en un concepto mitológico, un mineral, un lugar, una propiedad o un científico.
Junto con el nombre, los descubridores del nuevo elemento deben proponer también el símbolo correspondiente. La adjudicación de un símbolo por elemento fue idea de Berzelius (1779-1848), quien propuso que consistiese en la inicial del nombre latino del elemento, seguida por otra letra incluida en el propio nombre si se producía una repetición como por ejemplo ocurre con el símbolo del carbono, el del cloro y el calcio, cuyos símbolos son: C, Cl y Ca respectivamente.
El símbolo de un elemento es de aplicación universal, lo que significa que es el mismo para todos los idiomas. Esto ha facilitado la vida de los químicos que pueden compartir información de manera sencilla sin importar en qué país se encuentren trabajando.
Otro dato curioso: Durante el periodo que transcurre desde que se reconoce la existencia de un elemento hasta que se autoriza un nombre, a éste hay que llamarlo de alguna manera, por lo que se le denomina por su número atómico en latín terminando en “io”, constituyendo su símbolo provisional un conjunto de tres letras que proceden de dicho nombre