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Me resulta extremadamente difícil pensar en la escritura teatral con conceptos abstractos u objetivos, y sólo puedo hablar desde mi experiencia. Cuando alguien me propone hacer una obra, o cuando yo apunté en un papelito pequeños indicios con los que podría construir una obra, el camino a seguir parece sencillo. Hay que investigar, pensar, sentarse y escribir. Eso es lo que me digo. Investigo. Pero cuando llega el momento de pensar y sobre todo el de escribir, me doy cuenta de que mis personajes son de papel. Que no son de carne y hueso. Un argumento es algo relativamente fácil de conseguir. Punto de partida, situación amenazadora, conflicto, punto de arribo. Dividida en cuatro o cinco movimientos, como las sonatas. La presentación de los motivos musicales, el desarrollo de esos motivos, el scherzo o broma sobre estos motivos, la conclusión de los mismos. Pero si en algo la escritura teatral es única es en la demanda que hacen los personajes por ser reales. Y para darle realidad a un personaje, uno debe meterse en su piel. Un poco como hacen los actores. Uno puede pasarse días o meses intentando captar una voz, un gesto de determinado personaje. Levantarse a la madrugada. Escuchar música o no escucharla