Seleccione uno de los cuentos incluidos en Antología del cuento de terror y cambie el final de la historia. Usted debe estar incluido en la obra como personaje. Extensión de dos páginas.
Respuestas
La señorita Veal tenía treinta años, tenía su casa en Dover, era mantenida por su hermano y durante algún tiempo sufrió de ataques. Era íntima amiga del señor Rodríguez desde la niñez. Su situación económica en esa época era mediana debido a que su padre los tenía abandonados. En cambio, el señor Rodríguez, vivía con un padre de carácter violento, pero que nunca dejó de proporcionar alimento y vestido a su familia; mientras que la señorita Veal, carecía de todo esto. A eso se debía la amistad y consuelo que brindaba el señor Rodríguez, a la señorita Veal, lo que hizo que el segundo sintiera un gran afecto por el primero.
—No solo eres mi mejor amigo, sino mi único amigo —decía la señorita Veal. — Nada en la vida romperá mi amistad.
Se condolían por sus desgracias y juntos se acompañaban en lecturas de buenos libros. Unos amigos de la señorita Veal le consiguieron un empleo en la aduana de Dover; lo que enfrió poco a poco su relación al grado que el señor Rodríguez, que vivía en Canterbury, dejó de tener noticias de su amiga por casi dos años.
En septiembre de 1705, el día ocho, el señor Rodríguez estaba leyendo y pensando en su vida cuando escuchó que llamaban a la puerta. Era la señorita Veal, en ese momento el reloj dio las doce del día.
— ¡Que sorpresa! —Expresó el señor Rodríguez—. Después de tanto tiempo; me hace feliz volverte a verla — y se acercó a besar su mejilla.
Cuando estaba a punto de recibir el beso, se puso la mano en la frente y murmuro:
—No estoy bien —eludiendo el acercamiento— emprenderé un viaje y antes vine a saludarte.
— ¿Vas a partir? —Preguntó el señor Rodríguez — ¿iras solas?, es algo sorprendente tomando en cuenta la amabilidad de tu hermano.
El señor Rodríguez la llevó a un salón contiguo, y la señorita Veal descansó en un sillón.
—Querido amigo —dijo la señorita Veal— vengo a pedirte perdón y quiero recuperar nuestra amistad.
—No te preocupes —dijo el señor Rodríguez — es algo que no tiene mucha importancia.
— ¿Qué pensabas de mí? —preguntó la señorita Veal.
—Que eras como los demás —respondió el señor Rodríguez —, y que en la prosperidad te olvidabas de mí.
La señorita Veal recordó lo buenas que habían sido su amistad y sus lecturas.
—El señor Rodríguez- inquirió —, ¿crees que estoy peor de mis ataques?
—No —respondió— parece que sigues igual.
La conversación duro como una hora, y cuando terminó la señorita Veal pidió a su amigo que escribiera una carta a su hermano donde le indicaba la forma en que repartiría sus sortijas, así como la entrega de dos doblones a Watson, su primo. Su hablar apresurado hizo que el señor Rodríguez pudiera notar como su mano pasaba por la frente constantemente. El amigo supuso que sobrevendría un ataque y le sentó frente de él para evitar que se cayera. Distrajo a la señorita Veal hablando de su ropa, ella respondió que era un trabajo especial de seda; nuevamente la visita hizo hincapié en el asunto de la carta.
—Es mejor si tú lo haces —dijo el señor Rodríguez.
—Te puede parecer impertinente pero después sabrás mis razones —respondió la señorita Veal.
Para complacerla, l el señor Rodríguez estuvo a punto de buscar la pluma, pero la señorita Veal dijo- déjalo en suspenso por ahora. Hazlo cuando me haya ido. ¡Tienes que asegurarme que lo harás!
Fue una de las últimas cosas que le encomendó antes de despedirse y el señor Rodríguez se lo prometió.
La señorita Veal pregunto al señor Rodriguez por su hija.
—No está en casa —respondió—, pero enviaré por ella para que la veas.
—De acuerdo —aceptó la señorita Veal.
La señorita Veal murió el siete de septiembre a medio día, a consecuencia de un ataque.
Respuesta:
nada
Explicación:
La señorita Veal tenía treinta años, tenía su casa en Dover, era mantenida por su hermano y durante algún tiempo sufrió de ataques. Era íntima amiga del señor Rodríguez desde la niñez. Su situación económica en esa época era mediana debido a que su padre los tenía abandonados. En cambio, el señor Rodríguez, vivía con un padre de carácter violento, pero que nunca dejó de proporcionar alimento y vestido a su familia; mientras que la señorita Veal, carecía de todo esto. A eso se debía la amistad y consuelo que brindaba el señor Rodríguez, a la señorita Veal, lo que hizo que el segundo sintiera un gran afecto por el primero.
—No solo eres mi mejor amigo, sino mi único amigo —decía la señorita Veal. — Nada en la vida romperá mi amistad.
Se condolían por sus desgracias y juntos se acompañaban en lecturas de buenos libros. Unos amigos de la señorita Veal le consiguieron un empleo en la aduana de Dover; lo que enfrió poco a poco su relación al grado que el señor Rodríguez, que vivía en Canterbury, dejó de tener noticias de su amiga por casi dos años.
En septiembre de 1705, el día ocho, el señor Rodríguez estaba leyendo y pensando en su vida cuando escuchó que llamaban a la puerta. Era la señorita Veal, en ese momento el reloj dio las doce del día.
— ¡Que sorpresa! —Expresó el señor Rodríguez—. Después de tanto tiempo; me hace feliz volverte a verla — y se acercó a besar su mejilla.
Cuando estaba a punto de recibir el beso, se puso la mano en la frente y murmuro:
—No estoy bien —eludiendo el acercamiento— emprenderé un viaje y antes vine a saludarte.
— ¿Vas a partir? —Preguntó el señor Rodríguez — ¿iras solas?, es algo sorprendente tomando en cuenta la amabilidad de tu hermano.
El señor Rodríguez la llevó a un salón contiguo, y la señorita Veal descansó en un sillón.
—Querido amigo —dijo la señorita Veal— vengo a pedirte perdón y quiero recuperar nuestra amistad.
—No te preocupes —dijo el señor Rodríguez — es algo que no tiene mucha importancia.
— ¿Qué pensabas de mí? —preguntó la señorita Veal.
—Que eras como los demás —respondió el señor Rodríguez —, y que en la prosperidad te olvidabas de mí.
La señorita Veal recordó lo buenas que habían sido su amistad y sus lecturas.
—El señor Rodríguez- inquirió —, ¿crees que estoy peor de mis ataques?
—No —respondió— parece que sigues igual.
La conversación duro como una hora, y cuando terminó la señorita Veal pidió a su amigo que escribiera una carta a su hermano donde le indicaba la forma en que repartiría sus sortijas, así como la entrega de dos doblones a Watson, su primo. Su hablar apresurado hizo que el señor Rodríguez pudiera notar como su mano pasaba por la frente constantemente. El amigo supuso que sobrevendría un ataque y le sentó frente de él para evitar que se cayera. Distrajo a la señorita Veal hablando de su ropa, ella respondió que era un trabajo especial de seda; nuevamente la visita hizo hincapié en el asunto de la carta.
—Es mejor si tú lo haces —dijo el señor Rodríguez.
—Te puede parecer impertinente pero después sabrás mis razones —respondió la señorita Veal.
Para complacerla, l el señor Rodríguez estuvo a punto de buscar la pluma, pero la señorita Veal dijo- déjalo en suspenso por ahora. Hazlo cuando me haya ido. ¡Tienes que asegurarme que lo harás!
Fue una de las últimas cosas que le encomendó antes de despedirse y el señor Rodríguez se lo prometió.
La señorita Veal pregunto al señor Rodriguez por su hija.
—No está en casa —respondió—, pero enviaré por ella para que la veas.
—De acuerdo —aceptó la señorita Veal.
La señorita Veal murió el siete de septiembre a medio día, a consecuencia de un ataque.